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El humor como juego y como arma en Miguel Ángel Asturias

Giuseppe Bellini

Quien emprenda una lectura atenta de la obra de ficción de Miguel Ángel Asturias se da cuenta inmediatamente de que escribir es para él divertirse: se divierte inventando situaciones y se divierte jugando con la palabra, transformándola, sacándole una inédita serie de significados. Por eso siempre lo he acercado a Quevedo, un Quevedo moderno, del siglo XX, de extraordinaria fuerza inventiva, que enriquece originalmente el idioma y logra a través de él representaciones plásticas de particular relieve, a partir de El Señor Presidente1.

El lector encuentra en las páginas de ficción de Asturias un singular atractivo, debido a lo inédito de la expresión, a su fuerza y a la plasticidad de las representaciones, escenas que no tiene dificultad en 'ver', tanta es la potencia de la invención asturiana. Valga, por lo que toca a nuestro tema, la escena en que, en su primera novela, presenta a una singular pareja, don Benjamín y doña Venjamón, flaco y bajito él, «no medía un metro»2, alta ella y abundante, así que el apellido aludiendo al jamón le viene perfecto: era, en efecto, «dama de puerta mayor, dos asientos en el tranvía, uno para cada nalga, y ocho varas y tercia por vestido»3. Los dos están medio asomados a la puerta de su casa, observando curiosos y con natural prudencia, desde lejos, lo que ocurre en la noche en la Plaza Central de la capital guatemalteca, donde se está llevando al Pelele asesinado.

Asturias con pocos trazos ha representado eficazmente a los dos personajes, pero no se contenta, elabora ulteriormente la escena hasta constituirla en centro de atención y destacar con ella, por contraste, la nota trágica del asesinato, sobre el cual girará en su novela toda la denuncia de la dictadura. Insiste, por eso, sobre la curiosidad del hombrecito cuya vista de la plaza es ocultada por la corposidad de su esposa, hasta que ella, frente a la insistencia molesta de su minúsculo marido le levanta en vilo y lo mantiene pataleando sobre su pecho:

«Y alzándolo del suelo lo sacó a la puerta como un niño en brazos. El titiritero escupió verde, morado, anaranjado, de todos los colores»4.


La consecuencia para el pobre será una noche amarga, insomne, mientras su poderosa mujer duerme a pierna suelta:

«Un cuarto de hora después, doña Venjamón roncaba como si su aparato respiratorio luchase por no morir aplastado bajo aquel tonel de carne, y él, con el hígado en los ojos, maldecía del matrimonio»5.


El Señor Presidente abunda en pasajes humorísticos, pero siempre con un significado demoledor: es el caso de la figura del general Canales caído en desgracia, que huye de su casa con «carrerita de indio que va al mercado a vender una gallina»6; del discurso sin sentido de la «Lengua de Vaca» alabando al Señor Presidente en el día que recuerda el atentado del que logró salvarse, y que le llama «Hijo del Pueblo», haciéndole tragar «saliva amarga» al festejado, quien evocaba «tal vez sus años de estudiante, al lado de su madre sin recursos, en una ciudad empedrada de malas voluntades»7; de los policías con «vocecita de gallo gallina»8; de Mister Gengis, que en su raro idioma castellano define al Jefe como un «super-hiper-ferro-casi-carri-lero»9.

En ocasiones el humor se nutre de ironía: es el caso de los novios que aparecen en la ventana «entregados a la pena de sus amores»; otras es francamente divertido, como cuando Asturias presenta tipos de borrachos, entre ellos el cartero que, cantando, «iba arrojando las cartas a mitad de la calle como dormido» y cuya figura el narrador va redondeando aún más:

«Casi no podía dar un paso. De vez en vez alzaba los brazos y reía con cacareo de ave doméstica, en lucha con los alambres de sus babas enredados en los botones del uniforme»10.


Pero Asturias saca humor también de fenómenos lingüísticos, a pesar de representar situaciones que nada tendrían de humorístico: véase la curiosa manera de expresarse del indio que ayuda en su fuga al general Canales11, y del italiano que, mezclando al castellano su propio idioma, implora le den agua12.

Mar infinito el del humor en la obra de Asturias. Hay materia para abundantes páginas. Me limitaré a algunos casos de los más significativos en Hombres de maíz y en Viernes de dolores.

En el episodio «María Tecún» del primero de los libros que acabo de mencionar, dos compadres se pasan mutuamente un garrafón de aguardiente que tienen la intención de vender en la feria de Santa Cruz de las Cruces; sobre esta venta fundan su idea de provecho, pero la tentación es grande; la conclusión es que, pasándose mutuamente el mismo dinero, trago tras trago se beben todo el aguardiente y quedan con la misma cantidad de monedas. Versión nueva de la tan disfrutada quimera a la que ha dado difusión en Europa Lafontaine. Pero en la representación de Asturias la fábula no es tal, sino una cruda representación de la realidad, una realidad de pobreza y de sueños imposibles, en un mundo en el cual ninguno de ellos se realiza, al contrario, se castiga duramente a quien sueña. En efecto, los dos compadres, ya borrachos perdidos, acaban presos, «por escandalizar en poblado»13.

En su largo dialogar el artista logra representar eficazmente, a través del deterioro progresivo del idioma, los efectos enajenantes de la borrachera en aumento. Al mismo tiempo abre una ventana sobre la miseria del ser humano en un mundo caracterizado por la pobreza y la injusticia.

Viernes de dolores, gran novela, sobre todo en su primera parte, presenta desde el comienzo al lector un paisaje fúnebre, el cementerio de la capital guatemalteca, el paredón contra el cual se fusila a los presos, un alrededor de casuchas y de fondas adonde van a consolarse con repetidos tragos los que acaban de sepultar a sus deudos. Acudiendo a rasgos de auténtico humor, Asturias logra profundizar el sentido inquietante de la muerte, representa el dolor de la pobre gente, una humanidad miserable, débil, pero que todavía tiene sentimientos.

Los contrastes son muchos: el guardián del cementerio, «Tenazón», «podrido cenaoscurana», el cual, en el día de difuntos, suelta al aire sus globos de colores, «que suben del cementerio a pasearse por el cielo como si fuesen tumbas», y persigue inútilmente con su amor a «La Cobriza». Frente a la necrópolis, «donde entran los que ya no regresan»14, serie de fondas de mala muerte, es el caso de decir, pero que se presentan con función de consuelo, con sus contrastantes nombres: «Las Movidas de Cupido», «Los Siete Mares»; aunque hay algunas que llevan nombres apropiados: «El último adiós», «La Flor de un día», «Los Angelitos», cantina esta donde se lloran los «tiernos».

En estas fondas el narrador representa a toda una fauna humana destruida por el dolor, enajenada, atolondrada por la bebida con la que intenta combatirlo. A lo lejos el «golpe fofo de la argamasa que pegaba sus cachetes a la sepultura y la cerraba», el «frote arcilloso del afinador», el «plin-plin-plán..., plin-plin-plán» de la cuchara del sepulturero, el ruido escalofriante del ataúd que «a duras» se desliza «hacia adentro con ruido arenoso de arrastre sin mulilla»15.

Y como el dolor tiene también sus efectos naturales, la astucia del dueño de «Los Angelitos», inventor de retretes abiertos, objeto de curiosidad también por parte de militares y curas, donde, ocultadas sus caras detrás de máscaras de fantasía que les alquila a los dolientes, estos pueden sin vergüenza atender públicamente a sus funciones fisiológicas. El juego escatológico va aquí en aumento, con un resultado extraordinario de humor y ternura. La fantástica mascarada se transforma, por contraste, en

«Un cuento de hadas después de cada entierro, tal parecía, un cuento para niños representado por deudos llorosos, aquel alternarse de diablos, reyes, ángeles, payasos, perros, toros, gatos, monos, osos, en el "water" de "Los Angelitos", mientras el fonógrafo, trompetón de pico de ave marina, no cesaba de tocar "Píntame Angelitos Negros". Ora era el afligido padre, pálido, inconsolable, con máscara de Mefistófeles soltando cuernos estercóreos. Ora la abuela que exoneraba el vientre riéndose con máscara de payaso, cuando bajo el antifaz lloraba la muerte de su nietecito. Ora el tío que sentíase celestial en aquella penosa diligencia, escondido tras una máscara de ángel. U otro cualquiera de los acompañantes. Nadie sabe. La tripa aprieta. El frío del cementerio. La caminata. El lenitivo que hace de bajativo. La Profe de kinder, si el fallecido ya iba a la escuela, aliviándose el apurón con máscara de mono parajismero. El padrino, maldita la mano que tuvo, se le murió el ahijado, sudando la gota gorda con máscara de Negro Pansiete»16.


El juego prosigue soez con la descripción de los defecantes, prueba evidente que Asturias se está divirtiendo con su creación, en la que parte determinante tiene el neologismo. Pero por este ámbito oscuro, formado por borrachos «paralizados, mineralizados casi por el aguardiente que ingerían, más piedralumbre que aguardiente», y que regresan de repente «del sueño despierto, sueño de antesala, en que esperaban no se sabía qué»17, cruza con su inconsciente dinamismo un personaje extraordinario, una figura inolvidable de borrachito pendenciero. Había entrado equivocadamente en la cantina «La Flor de un día», donde había retado al dueño y a su mujer y pronunciado un discurso incomprensible, con alusiones obscenas, y había salido, «más de allá que de acá, las paredes se le acercaban, se le alejaban», para colarse luego en «Los Siete Mares», donde había pedido un «pésame con sonrisa de marqués» -que medio le hizo mostrar su dentadura «con rígida sonrisa de marqués»-; seguidamente había echado a andar teniendo la sensación de «ir nadando» y se había al fin detenido en «Las Movidas de Cupido», de donde, intentado un rápido manoseo bajo las faldas de una de las meseras, la Pichona, se había ido rápido, «cariacon-bebido», para evitar el bofetón de la mujer, pisándole de paso, al salir, una pata al perro que dormía a la puerta de la fonda, el cual «tras tirarle una tarascada instintiva, huyó con la pata herida, desatornillando alaridos interminables»18.

Una escena múltiple extraordinariamente viva de humor, un humor que acentúa por contraste, en su dislocada dimensión, lo lóbrego del reino de la muerte, y en el que Asturias no duda en ridiculizar también al ejército. Es así como la Cobriza, mirando al interior del cementerio a través de las rejas descubre, como si dijéramos, un monumento al héroe, una sepultura considerada 'famosa':

«un militar caído entre cañones y banderas y una mujer furiosa, encamisonada, despeinada, con los ojos redondos, fijos, casi fuera, y una espada quebrada en el puño, tratando de defenderlo [...] de quién [...] allí, de nadie...»19.


Hay que prestar atención a los términos empleados para apreciar toda la fuerza destructiva del pasaje.

Cierra el cuadro de lo que he ilustrado la multitud de los familiares de la muerte, los «grandes sastres del vestido de madera a la medida», los acompañadores fúnebres del entierro, «funérea aristocracia hedionda a caballeriza» y el «proletariado sepulcral con olor a tierra de huesos»20.

En la misma novela, Viernes de dolores, Asturias vierte su humor, esta vez al vitriolo, sobre la policía, a la que presenta empecinada en perseguir al profesor Saturnino Casayuca, testigo desatendido de un negro inocente acusado de asesinato. Las intervenciones de los polizontes en su casa son continuas y el novelista acaba por destruirlos, presentándolos en situaciones abnormes:

«el acabóse con los policías otra vez metidos en su casa [...] llegaron a registrar al solo pasar el zafarrancho, volvieron en la tarde, al anochecer, y ahora ya estaban de nuevo trastumbando muebles, arrastrándose en los aleros, metiendo las narices en los armarios, alacenas, la carbonera de la cocina, el retrete [...]»21.


El gran artista no olvidaba nunca la situación desesperada de su tierra y de su propia experiencia sacaba motivos para la protesta, hasta a través del humor.

Bibliografía

  • ASTURIAS, Miguel Ángel (1948): El Señor Presidente. Buenos Aires, Editorial Losada (Biblioteca Contemporánea).
  • —— (1972): Viernes de dolores. Buenos Aires, Editorial Losada.
  • —— (1949): Hombres de maíz. Buenos Aires, Editorial Losada.
  • BELLINI, Giuseppe (1980): «Miguel Ángel Asturias y Quevedo (Documentos inéditos)». En: Anales de Literatura Hispanoamericana 1978 VI, 7, Madrid, pp. 51-76.
  • —— (1983a): «Asturias y el conflicto de la expresión. Un documento inédito». En: Quaderni di letterature iberiche e iberoamericane 1, Milano, pp. 39-45.
  • —— (1983b): «Tres momentos quevedescos en la obra de Miguel Ángel Asturias». En: VV. AA.: Homenaje a Luis Alberto Sánchez. Madrid, Ínsula.