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Daniel Moyano y la política de su época

Carlos Hugo Mamonde





La editorial española Legasa publicó en 1981 la primera edición -en el exilio- de la gran novela de Daniel Moyano El vuelo del Tigre; publicación de la que se cumplen treinta años fundamentales en la historia de nuestras letras y nuestra nación. El libro es la segunda obra de la gran «trilogía riojana» del autor (junto con El Trino del Diablo y la posterior Tres golpes de timbal).

Este trigésimo aniversario, de ese evento editorial, resulta especialmente propicio para leer la gran perspectiva política de este texto que narra proféticamente el golpe (porque se escribió una primera versión en La Rioja, luego físicamente destruida para que se salvara de la locura «videlista»... y reconstruida de memoria por el escritor en su exilio madrileño, aproximadamente casi tres años después). Hablo, claro está, del golpe de estado de 1976.

En una ciudad imaginaria que Moyano llama «Hualacato» -y que reproduce con absoluta mimesis y metáfora a La Rioja de aquellos años- se desata el tsunami del terror genocida y cada casa es ocupada por un guerrero del poder cívico-militar golpista con el obsceno objetivo de «reeducar» a cada familia -es decir lavarles el cerebro- en los usos de la deshumanización, maldad, violencia cotidiana y estupidez fascista.

Pero no me propongo ahora ni glosar las peripecias ni estudiar los agudos perfiles de ese relevante texto -sólo invito al lector a releerlo-, sino referirme a una situación por lo menos extraña que se ha escenificado en torno a la obra de Moyano y que llama poderosamente la atención.

Hace escasos meses -a fines de 2010-, en Canadá, la ensayista Emilia Deffis, catedrática de Literatura Argentina en Laval University de ese país, ha publicado un ensayo imprescindible para leer y entender en todo su alcance la obra de escritores como Conti, Di Benedetto, Moyano, Walsh y otros autores esenciales para la literatura nacional, perseguidos con alevosía por las bandas delictivas de los «grupos de tareas» y censurados por la complicidad de muchos editores y responsables de los medios de comunicación y las estructuras académicas de aquella época.

Este excelente ensayo de Deffis, eficaz herramienta para el trabajo de la crítica y provecho de nuestro arte literario, se titula con diáfana claridad Figuraciones de lo Ominoso y abre muchas incógnitas sobre esta especie de «conspiración» del silencio, de cierta rutinaria censura de perfil bajo, sobre el gran alcance político de la obra «moyaniana»; a la que muchos parecieran querer ver arrinconada en una forma superior -tal vez- de lo folclórico, del «color local y el exotismo»... a puro juego del placer de contar, en el que Moyano era eximio maestro..., a un evanescente refinamiento del arte por el arte. Es decir reconocer todo para no reconocer nada de la lucidez y valor político de su obra.

En un diálogo que mantuve en diciembre pasado con la autora sobre este esencial ensayo, le comenté cuánto me había interesado su libro «[...] y mi propósito es comentarle (hoy solamente indicarlo) cuánto más me [había] interesado una certidumbre suya que comparto».

Así le escribí que «[...] en la página 85 de su ensayo, usted escribe que "resulta inevitable percibir los alcances políticos que adquieren tanto víctimas como victimarios en el mundo imaginario de Daniel Moyano"».

Y efectivamente, de eso se trata: percibir lo que está allí con una evidencia tenaz pero que aparece como «borrado», como minusvalorados en casi todos los estudios y los comentarios críticos.

«[...] como psicoanalista -continuaba mi mensaje a la doctora Deffis-, se me ocurren varias motivaciones para explicarme por qué, por parte de algunas personas de la constelación de amigos y admiradores de Moyano, se intentó desesperadamente "evitar" (usted lo expresa muy bien) que se subrayara ese carácter político de la obra de Moyano... al contrario que, por ejemplo, del caso de Conti. Creo que básicamente en todos estuvo/está el terror ominoso a que Daniel sufriera más aún... pagando más aún por lo que nunca hizo. Es decir por lo que él nunca fue: un "delincuente subversivo". Que fue la categoría perversa en la que -los verdaderos delincuentes- nos encasillaron (unilateralmente hablando) en el momento mismo que nos secuestraron. Ese es un inicial y obvio efecto de desplazamiento significativo que (de modo similar a cómo se "construyen" las fobias) tuvo la violencia genocida sobre los argentinos».

A eso conduce inexorablemente el terrorismo (y el Terrorismo de Estado aún más)... para entenderlo cabalmente basta con leer a Hanna Arendt. Y así llega a negarse la identidad y dignidad política de las víctimas.

Porque ¿cabe acaso imaginar alguna legitimidad para la represión ilegal de una dictadura genocida... para la tortura, asesinato clandestino, «desaparición forzosa» de ningún militante (ya fuera un militante que actuara con temeridad o un pacífico militante de base) o mero opositor político? La dictadura estaba inhibida por su propia identidad delictiva para aplicar los instrumentos jurídicos del Estado de Derecho, para clarificar responsabilidades en eventuales desafueros. Sólo podía sostener la represión indiscriminada de una barbarie fascista. Esta represión, además de sus numerosas víctimas concretas, creó -en la sociedad toda- un «nudo» inconsciente de miedo/pánico/sentimiento irracional de culpa imaginaria/etc., que alteró la perspectiva serena de sus contemporáneos sobrevivientes... y así, en una deriva perversa, «casi todo el mundo» en Argentina, sintió que la ideología (cualquiera, todas, todo pensar), el pensamiento político en sí mismo, la acción política per se, se tornaban -de una manera casi mítica- en un «pecado», en lo reprochable, en el Mal..., etc.

Porque, antes de que sufriera, pareciera que «más vale» (valía) que se crea que eran inválidos, ideológicamente pueriles (una rara especie de «inválidos»). Pero Daniel Moyano tenía ideas políticas y sostuvo actitudes políticas propias. Esto no es un delito ni significa tener una opción propicia a la intolerancia ni a la violencia.

(¡Qué arduo resulta a veces tener que defender lo obvio!). Pensar lo político significa sólo lucidez y libertad de pensamiento (al menos en las sociedades abiertas, jurídicamente estables, políticamente maduras. Pero este -desgraciadamente- no parece ser el caso de la Argentina de aquella época... y otras épocas degradadas).

Lo que importa es que él tenía un perfil que, leído con la perspectiva del tiempo y la intertextualidad intercultural, podría permitir afirmar que Daniel Moyano fue un socialista; próximo al perfil del socialismo occidental... un socialdemócrata, en todo caso. Un antiliberal. Un hombre de izquierda progresista y democrática.

Moyano no analiza el asesinato del estudiante Santiago Pampillón en El oscuro, o construye la «metáfora» de Hualacato o percibe el exilio de Triclinio, etc. desde lo naif.

Debemos reflexionar sobre un hecho cargado de certeza: absolutamente todos los prisioneros políticos y perseguidos de aquella época fueron positivamente inocentes, porque ninguno fue juzgado ante jueces idóneos. Este es el hecho histórico.

¿Por qué, entonces, ese «deseo» de borrar al Moyano real... al intelectual y al artista comprometido con las vicisitudes de su tiempo?

Incluso muy recientemente, acaba de publicar Juan Croce, en Córdoba, un volumen de memorias (Conversaciones con Daniel Moyano. Viaje Alrededor de sus mitos, Ediciones El Taller del Escritor, 2010)... y en la página 64 de ese libro se recuerda «cuando [...] en 1973, la fórmula de Ricardo Obregón Cano y Atilio López (asesinado este último por las Tres A) ganó unas elecciones libres en la Provincia de Córdoba [...] y un grupo influyente de intelectuales (entre ellos Francisco Colombo y el propio Croce) propuso a Moyano como Director General de Cultura de esa importante Provincia... Daniel Moyano aceptó, escribe Croce. Aunque nunca llegó a ocupar tal cargo por el golpe de Estado (del general Onganía en Buenos Aires) y, a nivel local, del coronel Navarro y el brigadier Lacabanne».

La terrible represión entonces desatada, es bien conocida. Es la época cuando asesinan a Pampillón, durante «El Cordobazo» contra Lacabanne, interventor federal de la nueva dictadura.

¿Dónde está entonces el escritor Moyano; que parece que parece que escribía en/desde una «torre de marfil»?

La doctora Deffis me matizó que «[...] en cuanto a la dimensión política de Daniel y la reticencia crítica a reconocerla y afirmarla, creo que es un signo claro de la Argentina de hoy. Antonio Di Benedetto [destaca ella en su ensayo] ha analizado finamente esto que usted también percibe con fineza: [...] "Las culpas que no se pueden borrar...", nos han dejado a todos prisioneros de la perversa negación de los gestos políticos de unos y otros (víctimas y victimarios)».

Sólo me resta agregar la precisión con que Emilia Deffis acota el concepto «culpa», usado por Di Benedetto. «Culpa» que es una «idea» obsesiva, enfermiza, de orden clerical y metafísico y neurótico, no homologable con ninguna perspectiva política.

Y dejando por un momento la contextualización histórica de estas obras que comentamos; este es un aniversario que merece el regocijo y el orgullo de todos los amantes de la literatura de Moyano; porque abre una época proclive a la relectura y meditación sobre uno de los grandes escritores contemporáneos de Argentina.

Y ello a pesar de que existe, desde hace algunos años, una polémica populista y una especie de moda «parricida» hacia algunos de nuestros escritores. En otras literaturas se ha cumplido sí, con intensidad y precisión técnica, el «parricidio simbólico» -a veces necesario- como fenómeno de relectura, de crítica, de «resemantización» de sus grandes textos... para poder articular a partir de ellos nuevas obras que los engloben, reinserten en el campo de sentido de los nuevos momentos históricos que vivimos y para que manen secularmente toda su capacidad de significación abriéndonos el mundo de la naturaleza, las cosas y los hombres, al conocimiento y al goce.





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