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Daniel Moyano: Las formas de la diáspora1

Carlos Dámaso Martínez





Como una profunda herida, el exilio ha recorrido a la sociedad argentina durante la década de 1970 y los comienzos de los ochenta. Su problemática se ha planteado con mayor vehemencia en el campo intelectual que en las obras de escritores que, por su situación particular, se los ha inscripto en una rotulada literatura del exilio2. Tanto desde el interior como del exterior del país, algunos intelectuales y narradores han planteado posiciones antagónicas hasta llegar a establecer diferencias valorativas entre la producción literaria de los que se fueron y los que se quedaron. Diferencias que pueden existir, porque hay experiencias distintas, pero que de ninguna manera pueden dividir el espacio cultural y simplificar una situación mucho más compleja, en la que cabe hablar de un exilio general, que se dio tanto interna como externamente.

En este horizonte -en el que comienza a darse un debate público de problemáticas diferentes3- Libro de navíos y borrascas, publicada en 1983, es tal vez la primera novela de un escritor exiliado que intenta dar cuenta de una de esas formas particulares de la diáspora.

Si en El vuelo del tigre, la alegoría, los procedimientos alusivos hacían referencia a una realidad inmediata de violencia y represión autoritaria, y, a su vez, sugerían el interrogante de cómo narrar una situación de esa naturaleza4, en esta novela Moyano llega a la exasperación de ese interrogante. Es más, podría decirse que es un relato que se construye sobre una fractura. Esa fractura de la historia reciente que el discurso narrativo quiere asir. Barthes dice que a lo largo de los siglos la literatura es el intento frustrado de representar la realidad. Lo real como objeto de deseo, aunque sea un deseo de lo imposible. Libro de navíos y borrascas puede leerse como una reflexión sobre los límites de la palabra, sobre la posibilidad de encontrar los modos de representación (o la realización estética) que pueda dar cuenta de una experiencia trágica. Moyano vivió personalmente esa encrucijada y buscó traducirla en esta novela con un discurso reflexivo y disperso, donde pocas veces aparecen algunos motivos tradicionales de su obra -la marginalidad y el desarraigo del interior- enmarcados en un presente sombrío y pesadillesco.

La historia que se propone contar es la de un viaje: el viaje en barco (el Cristóforo Colombo o Zampanó) que inicia el camino del destierro de Buenos Aires a Barcelona. Sus pasajeros, cerca de setecientos, pretenden cubrir un amplio espectro de distintos tipos de exiliados: hay uruguayos, argentinos, provincianos (los riojanitos), algunos gremialistas (la mayoría cordobeses), psicólogos, artistas plásticos, músicos y titiriteros. Sin embargo, los principales núcleos narrativos se dan en torno a pocos personajes. Desde el primer capítulo (Chau Buenos Aires) un narrador protagonista (hombre del interior y músico) busca el tono exacto, el registro apropiado para contar esa historia. Se reflexiona sobre la elección de una retórica, la de las historias tradicionales de barcos y desaparecidos propias de la literatura europea (él va a ocupar el lugar de un viajero nórdico en un caserón de piedra de un viejo faro), la de una narrativa de trasmisión oral. ¿Cómo empezar? ¿No sé si esto me va a salir?, dice el narrador. Todo el capítulo mantiene como constante este tipo de preguntas. Finalmente la literatura oral aparece como una propuesta aceptable para contar esa historia: «Lo mío es la música antes que las palabras».

Desde esta visión la novela se estructura con un símil musical: el narrador se compara con un vidalero, cada capítulo se plantea como parte de una partitura (Rasguidos, Titiriteando, Cadenza). Hay un intento de alegorizar, pero el relato es zigzagueante. Oscila entre la reflexión narrativa, ese velado alegorismo y cierta obviedad referencial (como la alusión al desaparecido Haroldo Conti) que impone una significación precisa al libro. Se habla de desapariciones, se cuenta la experiencia de la prisión, la tortura y violaciones en forma directa. A través del narrador protagonista (Rolando) se procesan elementos autobiográficos de Moyano, y en algunos momentos del texto la distinción escritor-narrador se borra y pierde toda distancia. Estos rasgos impiden una lectura fluida de Libro de navíos y borrascas, y muchos pasajes se tornan azarosos dado las dificultades que el texto mismo tiene de referir la historia que se quiere narrar. Recién a partir del capítulo doce la novela pareciera encontrar su ritmo y alcanza un nivel más cercano a los mejores relatos de Moyano. En todo lo anterior sólo se logran exponer ciertos hitos, fragmentos de una historia, la del narrador que es detenido por las fuerzas represivas arbitrariamente y puede exiliarse después, una reflexión sobre los viajes y el desierto: el de su abuelo español y el suyo en sentido inverso. Situación que roza la problemática del origen y la identidad nacional. Otra secuencia que se relaciona y refuerza alegóricamente esta cuestión, al proponer un pasado autoritario y violento, es la representación de títeres sobre el fusilamiento de Dorrego por orden de Lavalle.

En el capítulo doce (titulado El faro), la reflexión inicial de la novela, expresada centralmente como elección de una retórica (la casa de piedra, el faro y los relatos de navegantes) se presenta ahora -y se prolonga en el capítulo catorce- a través del intento de escribir una historia de un guardafaro y su hija, extraída de un «valcesito criollo» para ser representada por títeres. El destinatario de la obra es el viejo Contardi, un artista plástico y padre de un desaparecido a quien se quiere levantar el ánimo. El narrador y otros personajes son sus autores. La anécdota tiene aparentemente la simpleza de una fábula, pero a medida que se escribe se va modificando, sufre sucesivas transformaciones y cambios de títulos que van desde Historia del guardafaro a Fsss, que es la representación sonora, la onomatopeya de la llama de un fósforo al apagarse. A la pregunta constante cómo llegar a narrar una experiencia alucinante y cercana, el mismo texto -mediante esta simple anécdota que se hace tan difícil construir- pareciera responder que es una experiencia que deberá ser contada por todos. Tal vez sea la propuesta implícita (y la ideología literaria) de toda la novela. El apagón, la oscuridad, la confusión envuelve a todos sus protagonistas y, por cierto, a una situación, que por tan próxima es casi imposible desentrañar mediante el arte de las palabras.

A diferencia de una producción narrativa que, desde los modelos de una retórica testimonial, se ha planteado en la década de 1980 la realidad argentina de manera directa y hasta simplista, Moyano se sitúa (aunque persista con esa mezcla de alegoría y humor de obras como El trino del diablo) con Libro de navíos y borrascas en una ruptura con los motivos y el estilo de su narrativa anterior. Ruptura que responde a una doble situación: la de su dramática experiencia del exilio y la condición de escritor. Más allá de los cambios y la reflexión propuesta en este libro, Daniel Moyano es un narrador que por novelas como Una luz muy lejana y El oscuro, que descubren para la literatura el espacio urbano de una ciudad del interior argentino como Córdoba y conjuga una representación distinta a la del realismo tradicional, merece ser rescatado del olvido y las indiferencias de ciertas parcialidades de la crítica.





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