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Daniel Moyano: «En el exilio nunca hay camino de regreso»

Pilar Rubiera Alonso





Como a tantos otros latinoamericanos, a Daniel Moyano Bellini lo empujaron los militares a abandonar su país, Argentina, en 1976. El escritor tenía entonces 46 años, una mujer y dos hijos de corta edad. En España, lugar elegido para el exilio, los primeros momentos fueron difíciles pero, con el paso del tiempo, la familia se fue haciendo a su nuevo hogar. Retornó en una ocasión a la Argentina democrática, en lo que él llama «ese viaje necesario para volver a tocar las cosas», pero volvió «porque mi vida ahora está aquí».

Considerado como uno de los más destacados narradores argentinos, es, sin embargo, poco conocido en nuestro país, donde se han editado pocas de sus obras: El vuelo del tigre y el Libro de navíos y borrascas, entre ellas. Moyano, instrumentista de viola y profesor de orquesta durante diez años -«al final tuve que decidir y elegí la literatura, pero escribo intentando componer»-, participó, en Oviedo, en el curso que la Fundación Ortega y Gasset ha dedicado al escritor paraguayo Augusto Roa Bastos.

-¿Cómo conoció a Augusto Roa Bastos y cuál es la relación que mantiene con él?

-Fue en los años sesenta, cuando Roa Bastos ganó el premio de la editorial Losada con su novela Hijo de hombre y un grupo de gente del interior de la Argentina, muy identificados con él, comenzábamos a publicar. Para nosotros, los argentinos del interior, es muy difícil publicar en Buenos Aires; la capital es un país distinto. En la provincia de La Rioja, de donde yo soy, habíamos leído colectivamente su obra. Yo estaba a punto de publicar mi segundo libro de cuentos y el editor me sugirió que buscara a alguien famoso para que me hiciera el prólogo. Solicité una entrevista con Augusto y se lo pedí. Me respondió que lo haría si le gustaban los cuentos. A los quince días, el diario La Gaceta de Tucumán publicaba en su prestigiosa página literaria un artículo de Roa Bastos sobre «El realismo profundo de los cuentos de Daniel Moyano». Se refería a mí, pero también a esta generación del interior de mi país. Augusto nos ha enseñado mucho; del exilio, por ejemplo, nos ha enseñado a convivir con él.


Irreversible

-¿Termina el exilio con retorno al propio país?

-Se acaba sólo superficialmente. El exilio es irreversible, porque cuando te rompen los cordones umbilicales, eso ya no tiene solución. Creo que no hay camino de regreso, llevo once años viviendo en España, he vivido toda la transición aquí y he llegado a sentir que tenemos un destino común.

-Sin embargo, usted regresó a la Argentina.

-Fue el viaje necesario para volver a tocar las cosas, ver los lugares, oler los aromas, todo eso que se suele añorar cuando se está lejos.

-El desarraigo y el exilio son temas que están constantemente en su obra, ¿son sus obsesiones?

-Nosotros, los del Cono Sur, que no tenemos una cultura indígena detrás, que tampoco somos descendientes directos de emigrantes europeos, nos sentimos desarraigados. En la Argentina somos una mezcla de españoles e italianos, y yo el desarraigo lo identifico un poco con nuestra falta de identidad, no sabemos bien de dónde venimos. Cuando tengo ganas de insultar lo hago en italiano -mi segundo apellido es Bellini- y escribo en español. La falta de una identidad definida es un problema constante.

-¿Cree que la Argentina saldrá adelante?

-En este tema me muevo entre dos luchas. Por un lado, he vuelto a mis viejos temores, al ver a los militares pintarse los rostros y encerrarse en los cuarteles y, por otro, he visto a la gente en la calle gritando a favor de la democracia, y ésta ha sido la primera vez que los argentinos salieron a la calle. No obstante, la ley de Obediencia Debida me parece peligrosa para la jurisprudencia futura. Creo que los militares han llegado al final de su saciedad, están golpeando desde el año treinta y no acabo de comprender para qué. El triunfo de la ética, algo que está en la memoria genética de la humanidad, es la esperanza.




Rechazo intelectual

-¿Cómo lo acogió España en el exilio?

-Cuando yo llegué, el ministro del Interior era Martín Villa y rechazó a muchos compatriotas; a mí no, porque venía con trabajo. A nivel oficial y en cierto modo a nivel intelectual fuimos acogidos con verdadero rechazo y hablo en general porque yo, personalmente, no he tenido problemas con los intelectuales españoles y soy muy amigo de muchos de ellos. Pero cuando fui a despedir a mi compatriota el poeta Horacio Salas, que regresó a la Argentina, me dijo: «Me llevo un excelente recuerdo de la gente de la calle, pero no puedo decir lo mismo de mis colegas».

-¿Por qué es tan poco conocida su obra en nuestro país?

-Porque hasta hace muy poco no tenía agente literario en España. Soy más leído en Francia o en Polonia y algunos de mis libros se están traduciendo a otros idiomas. Mi literatura, por otra parte, no es muy fácil; no me gusta contar, me aburre. Intento que las cosas sucedan en el libro.

-¿Prepara actualmente alguna obra?

-He terminado recientemente «La cordillera» en homenaje a Juan Rulfo, una novela andina que vuelve a tratar estos temas de identidad y desarraigo. Todos los latinoamericanos estamos escribiendo la misma novela.







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