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Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México: o Tratado de filología mexicana

Tomo primero

Francisco Pimentel, (Conde de Heras)



Portada



[Indicaciones de paginación en nota1.]



  —[III]→  

ArribaAbajoPrólogo

En los años de 1862 y 1865 publiqué la parte primera de esta obra, la cual fue acogida benévolamente por diversas personas, cuyos nombres quiero consignar aquí, no sólo para prevenir el juicio público en mi favor, como naturalmente lo procura todo el que escribe, sino también con el objeto de tributar a esas personas las señales de mi agradecimiento. Los señores don F. Ramírez, don Manuel Orozco y Berra y don J. Guadalupe Romero en el Dictamen presentado a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la cual me distinguió con una medalla honorífica. El Barón de Gagern en su opúsculo Apelación de los mexicanos a Europa (1862). El señor Justo Petermann en las Comunicaciones del instituto geográfico (tomo 9). Los redactores del periódico Registro literario americano y oriental. Los redactores del periódico mexicano el Cronista, en su análisis de mi trabajo lingüístico publicado en diciembre de 1865. M. Aubin en el informe que insertó en los Archivos de la comisión científica de México (tomo 1).   —IV→   El lingüista alemán Buschmann en diversas cartas que tuvo la bondad de dirigirme, y en algunas de sus obras impresas. El Instituto de Ciencias de París, al acusar recibo de mi obra invitándome a presentarla en el concurso anual de filología. El Instituto Smithsoniano de Washington, remitiéndome con carta atenta de su secretario, señor Henry, una colección de obras sobre las idiomas indígenas de los Estados Unidos. Diversas sociedades científicas y literarias de Europa y América admitiéndome en su seno.

La buena fortuna de mi libro llegó al grado de que el único ataque que sufriera, se convirtió en mi beneficio. El periódico francés la Revista Americana anunció que el Cuadro de las lenguas indígenas de México había sido censurado por mister Aubin, y este anuncio dio lugar a que tomasen mi defensa los redactores del American and Oriental literary record con las siguientes palabras: «We confess that we were greatly astonished to hear that Mr. Aubin, of Paris, speaks of the work as an uncritical one, whilst by all impartial and competent judges it must and will be proclaimed as the most important that ever appeared in America relating to American linguistics».

Pero sobre todo, mister Aubin mismo, en el impreso citado anteriormente, desmintió la especie vertida per la Revista calificando a este periódico de mal informado, juzgando mi producción, en lo sustancial, favorablemente y haciendo algunas observaciones sobre puntos enteramente secundarios.

  —V→  

De todas maneras, me parece conveniente tomar en cuenta esas observaciones de mister Aubin, y entrar en explicación.

Hablando el referido escritor del plan de mi obra dice: «En regrettant que l'auteur s'ecartat sensiblement des principes de classification si bien exposés dans son introduction».

Mister Aubin olvidó que en esa mi introducción manifesté que en la parte primera, descriptiva, iría yo tratando de los idiomas, según me fuera posible estudiarlos, como independientes unos de otros, y esto pudo hacerse sin inconveniente alguno, porque la clasificación resulta de la comparación que es el objeto de la segunda parte, y no de la primera. Otras personas comprendieron mejor mi plan, pues han dicho que esa primera parte contiene monografías.

Tocante al otomí observa mister Aubin que no mencioné varios tratados relativos a ese idioma, limitándome a citar la gramática de Neve y la disertación de Nájera. El escritor francés no se fijó en estas circunstancias. En primer lugar, que yo me referí a Clavijero, León Pinelo y Beristain como fuentes bibliográficas, donde los curiosos podían encontrar noticias detalladas sobre todas las obras escritas acerca del otomí. En segundo lugar, que mi obra no es de bibliografía; yo no he ofrecido ni en el título de ella ni en la introducción ocuparme en enumerar los libros que se han escrito sobre tal y cual idioma; mi plan exige, a lo sumo, hablar de las obras que me sirven de guía, y nada más. Por otra parte, varias de las obras   —VI→   que recomienda mister Aubin, verbi gratia, la del padre Ramírez, son de aquéllas que en México tenemos arrinconadas en las bibliotecas, como ensayos infructuosos sobre el otomí.

Pasando a tratar del mexicano conviene el mismo mister Aubin en que las innovaciones ortográficas que yo he introducido tienen grandes ventajas; pero agrega que desfiguran los textos impresos y manuscritos, por lo cual cree que mi sistema es bueno únicamente respecto a lenguas como el mazahua que no tiene literatura.

Sobre este punto comienzo por negar que el mexicano tenga literatura. La literatura de un pueblo se compone de sus escritos espontáneos, de los escritos en que revela su personalidad, su existencia propia, y eso que mister Aubin llama literatura no es, en su mayor parte, más que una colección de sermones, pláticas, confesionarios y catecismos referentes a la teología cristiana que se trataba de enseñar a los indígenas.

Por otro lado, mister Aubin se contradice palpablemente, pues al hablar de los trabajos de don Antonio Ramírez sobre el otomí, precisamente alaba que este autor hubiese usado signos adecuados a los sonidos del idioma. ¿Por qué en mí y en el mexicano quiere quebrantar luego sus propios principios? Obsérvese también que, como lo manifesté en la introducción de mi obra, para comparar acertadamente los idiomas es preciso ortografía uniforme, sencilla y propia. De otro modo, sería necesario al comparar cada palabra entrar en explicaciones tan repetidas como fastidiosas. Por ejemplo, los lingüistas   —VII→   norteamericanos escriben pee, cuya sílaba corresponde en castellano a pi. Si en una obra de filología comparativa se usa de los dos sistemas correspondiendo a lenguas análogas, esa analogía deja de percibirse en lo escrito.

Otro ejemplo: los alemanes usan k, los españoles qu. Si en mis comparaciones pongo como palabra mexicana quia y como su semejante kia el lector se ofusca; pónganse en ambos casos kia, que es lo más lógico, y todo inconveniente queda remediado. Esta explicación me ahorra ya, en adelante, de entrar en pormenores respecto a cuestiones ortográficas, bastando agregar aquí que mi plan sobre esto se reduce a procurar, hasta donde es posible, practicar las reglas de buena ortografía que desde el siglo XVII dieron los sabios de Port Royal en su Gramática general.

1.ª Que toda letra exprese algún sonido, es decir, que no se escriba nada que no se pronuncie.

2.ª Que todo sonido tenga su letra correspondiente, es decir, que no se pronuncie nada que no esté escrito.

3.ª Que cada letra sólo exprese un sonido simple o doble.

4.ª Que un mismo sonido no se exprese con varias letras.

La última observación de mister Aubin es la siguiente: «Examiné dans ses details l'ouvrage de M. Pimentel temoigne d'un grand amour de l'etude, d'une vive intelligence et d'une aptitude remarquable pour les travaux de linguistique. Nous craignons, toutefois, que guidé par   —VIII→   une prudence extreme l'auteur ne se soit trop astreint á suivre, en les abregeant, les ouvrages qu'il a eu sous la main».

Desde la introducción puesta a la primera edición de esta obra dije lo siguiente: «Los materiales que hoy poseemos sobre las lenguas de México son gramáticas, diccionarios y escritos religiosos hechos por los misioneros en su mayor parte. En el tiempo en que escribieron, la gramática estaba muy atrasada, de modo que no tenían, generalmente hablando, más modelo que la latina de Nebrija, y a ella quisieron amoldar las lenguas del país. De aquí han resultado tales errores que es preciso purificar una a una cada gramática para poner en la posible pureza las lenguas mexicanas». Extraño mucho que mister Aubin no se hubiese fijado en esta advertencia, porque ella le hubiera indicado que el espíritu de mi trabajo no era seguir a ciegas el dictamen de otros escritores, sino corregir sus defectos. Efectivamente, otras personas me comprendieron mejor, como en otros puntos, que mister Aubin, pues no faltó quien dijera como Petermann (loco citato) que yo «había sujetado las lenguas indígenas a una crítica gramatical independiente en oposición con el sistema antiguo que las forzó en los moldes de las gramáticas latina y griega».

Empero, la mejor contestación que puedo dar al último pasaje citado, es la reseña que voy a hacer de alguno de los resultados filológicos de mi trabajo, resultados que se me deben exclusivamente, y que tengo derecho de reclamar como enteramente míos.

  —IX→  

He corregido los diversos errores en que incurrieron varios gramáticos adulterando las lenguas indígenas con formas que no les son propias, u omitiendo las que realmente les pertenecen; no me he contentado con indicar esos errores; los he comprobado especialmente por medio de notas.

He restaurado, hasta donde es posible, las gramáticas que no existían de varios idiomas, especialmente del mixe y el comanche.

Por la primera vez se han reunido en un grupo, que llamo mexicano-ópata, nueve familias de lenguas; de esas familias apenas se conocía imperfectamente la analogía de tres: la azteca, la ópata-pima y la comanche, pues de la ópata-pima Buschmann sólo había comparado cuatro idiomas, y del comanche no se conocía la gramática. Entre los idiomas del grupo mexicano-ópata figura el seri, casi desconocido de los lingüistas no sólo en Europa sino en América.

Respecto al mexicano en particular, he aclarado lo relativo a sus dialectos, y he comprobado que es igual al llamado náhuatl y distinto al llamado chichimeco.

De la familia sonorense u ópata-pima he logrado analizar y comparar hasta siete gramáticas demostrando que a esa familia pertenece el yuma, contra la opinión de varios indianistas, agregando también un idioma desconocido, el huichola, que por primera vez se presenta al mundo lingüístico.

Con la familia comanche he reunido el caigua que algunos negaban le perteneciese.

  —X→  

He encontrado un miembro más de la familia mutsun, el idioma llamado costeño.

He comprobado sólidamente la diferencia entre el mexicano y el tarasco para refutar la fábula del padre Durán respecto al origen de los tarascos, fábula copiada y admitida hasta por los escritores más modernos sin criterio alguno. Al mismo tiempo ministro, antes que ningún otro lo haya hecho, un dato precioso a los historiadores respecto a las emigraciones de los pueblos de Anáhuac, y es la demostración de que existen vestigios del tarasco en el norte de México. Tratando también del tarasco he hecho ver que es infundada la analogía que se le supone con el chiapaneco y el huave.

He analizado el totonaco y el mixe para comprobar que son idiomas mezclados, entrando en ellos el elemento mexicano. Respecto al mixe he comprobado su analogía con el zoque.

Por la primera vez se presenta una comparación gramatical y léxica del mixteco y el zapoteco, así como la noticia de diversas lenguas pertenecientes a la misma familia. También por la vez primera se hace una comparación razonada, gramatical y léxica de los principales idiomas de la familia maya, y se discute cuáles son realmente los idiomas de esa familia.

Refuto el sistema del padre Nájera respecto a la estructura china, al perfecto monosilabismo del otomí, y enseño cuáles son los diversos idiomas de que esa familia se compone, algunos enteramente desconocidos.

  —XI→  

Rectifico diversos puntos relativos al apache, y presento muestras de un nuevo dialecto de este idioma.

Hago ver la independencia que existe entre el grupo mexicano-ópata y las familias tarasca, mixteco-zapoteca, pirinda o matlatzinca, maya, otomí y apache.

En lo general hago varias aclaraciones respecto a los dialectos de varios idiomas.

Hasta ahora se está acostumbrado a considerar todas las lenguas americanas como vaciadas en un mismo molde; yo hago ver que en México existen cuatro órdenes de idiomas bajo el punto de vista morfológico.

Todo esto, sin entrar en una multitud de detalles y aclaraciones particulares que cualquier lector imparcial observará en el curso de mi trabajo.

En resumen, creo que puedo pretender, sin jactancia, ser el primero que presenta una clasificación científica de lenguas mexicanas fundada en la filología comparativa.

Contestadas las observaciones de mister Aubin, he adelantado en mi contestación varias explicaciones preliminares de las precisas para comprender mi libro, y sólo debo agregar las siguientes.

Omito la introducción puesta al frente de la edición primera. A algunas personas, entre ellas mister Aubin, les ha merecido esa introducción particulares elogios; pero otras la consideran, más fundadamente, como un discurso independiente sobre la filología general. Por este motivo aprovecharé reproducirla en otro lugar más oportuno, con algunas correcciones, y aquí sólo tomo de ella lo muy conducente al estudio de los idiomas mexicanos.

  —XII→  

Omito también la parte que ofrecí con el nombre de crítica, como parte independiente; su objeto era hacer observaciones sobre los idiomas indígenas, cuyas observaciones voy haciendo ahora según ocurren, sea en las descripciones sea en las comparaciones. De esta manera se evitan repeticiones inevitables conforme al plan anterior.

Omito igualmente las noticias bibliográficas porque, como ya lo he dicho, no es mi objeto escribir la bibliografía de las lenguas indígenas. Esto requiere obras especiales como ya existen, por ejemplo la Biblioteca de Ludewig y los Apuntes de mi hermano político don Joaquín García Icazbalceta. Y o me limito a citar los autores que consulto, unas veces escogidos entre varios porque me parecen los mejores, otras veces ateniéndome a lo único que se ha escrito o se puede encontrar. Cuando me ha sido posible he rectificado con los mismos indígenas mis observaciones, lo cual no siempre puede hacerse en México; la dilatada extensión del país, la dificultad de comunicaciones y la inseguridad de los caminos hacen aquí muy difíciles los viajes. En consecuencia, suplico a los críticos extranjeros no juzguen de mi obra por lo que pasa en su nación. En Europa, el lingüista cuenta con medios fáciles de comunicación y con trabajos anteriores que facilitan los suyos, buenas gramáticas y copiosos diccionarios; sobre las lenguas mexicanas la adquisición de un Pater Noster suele ser un verdadero triunfo. Esta explicación hará comprender la causa por qué en la presente obra todavía quedan algunos idiomas como de clasificación dudosa, y por qué de otros sólo doy breves noticias,   —XIII→   o puramente ligeras muestras. Lo que sí puedo asegurar es que durante varios años no he omitido diligencia ni gasto para adquirir materiales respecto a las lenguas mexicanas.

Por último, omito el «Vocabulario manual de la lengua ópata» inserto en la primera edición; no hace falta ninguna para el plan de la obra, aprovechando de él, como he aprovechado, todo lo necesario.

Las partes descriptiva y comparativa no las he considerado ya como del todo independientes, sino que las he alternado, es decir, analizo primeramente los idiomas de una misma familia e inmediatamente los comparo. De este modo se evitan repeticiones, y es más fácil la referencia de la parte comparativa a la descriptiva con sólo indicaciones.

Por lo demás, debe comprenderse que en lo publicado antes, y que ahora se reimprime, he hecho las correcciones y adiciones que me han parecido oportunas, según mis nuevos estudios.

Respecto a los principios en que fundo mis clasificaciones, método que sigo y conclusiones que deduzco diré dos palabras.

Es sabido que los lingüistas se han dividido en dos escuelas por lo que toca al medio de clasificación, pues unos buscan la afinidad de las lenguas en sus voces y otros en la gramática. Yo creo que la gramática es lo más consistente, lo más estable en una lengua, donde se debe buscar el carácter primitivo de ella, mientras que el diccionario se altera con más facilidad, se corrompe   —XIV→   más prontamente: un solo ejemplo servirá de confirmación. Los españoles durante ocho siglos no adoptaron ningún elemento esencial de la gramática del idioma árabe, mientras que sí tomaron multitud de palabras de esa lengua. Sin embargo, no por esto me declaro partidario exclusivo de las comparaciones gramaticales; he observado que por mucho que se altere el diccionario de un pueblo quedan, por lo menos, algunas de esas palabras que se llaman primitivas, esto es, nombres que indican miembros del cuerpo, parentesco, fenómenos más notables de la naturaleza, adjetivos numerales, verbos más usuales, etc.; esta clase de palabras se consideran como esenciales a todo hombre en sociedad por imperfecta que sea.

Esto supuesto diré que mi sistema consiste en comparar esas palabras llamadas primitivas, y al mismo tiempo la gramática, el sistema general de ella, así como las formas principales, especialmente el verbo que es el alma del discurso. Alguna vez por falta absoluta de datos tendré que suplirme para las clasificaciones con la noticia de los prácticos en las lenguas del país; con la simple práctica se conoce, por ejemplo, la analogía del castellano y el portugués sin necesidad de procedimientos lingüísticos.

En cuanto a mi método, está fundado en la regla de lógica «ir de lo conocido a lo desconocido» Comienzo por el idioma mexicano que es el más estudiado, siguiendo con la familia ópata-pima y la comanche-shoshone, cuya analogía con el azteca ha sido ya indicada por otros   —XV→   lingüistas. En lo de adelante, comparo los idiomas con las tres familias referidas mexicana, ópata y comanche para evitar que la analogía con una sola se considere obra de la casualidad o de un trato superficial.

Respecto a la consecuencia que saco de la afinidad de dos o más lenguas no es precisamente la de igualdad de origen, porque puede haber analogía entre dos idiomas por comunicación; así el latín influyó en el castellano por comunicación, y no por eso deja este idioma de pertenecer a la familia latina. El lingüista, en mi concepto, ha de ser como el geólogo que califica de análogas tales y cuales rocas sin poder adivinar, a veces, si esa analogía es originaria o por metamorfismo.

Ahora bien, cuando el lingüista quiere cerciorarse sobre el origen de la nación que habla tal o cual lengua, puede ocurrir a las tradiciones históricas y a la fisiología. De este modo, si encontramos dos o más pueblos que hablan lenguas análogas y que, al mismo tiempo, tienen iguales tradiciones y el mismo aspecto físico puede asegurarse que esos pueblos son hermanos; pero si las lenguas son únicamente las semejantes, entonces lo que se deduce es que entre las naciones de que se trata ha habido un trato íntimo, estrecho, porque se necesita mucha intimidad, una fusión completa, para adoptar aun las palabras primitivas y el sistema gramatical. Un indio americano hablando dialecto español no prueba con esto ser de la raza caucásica; pero sí haberse unido con ella.

En una palabra, y valiéndome de cierta comparación,   —XVI→   diré que entre los idiomas puede y debe admitirse el parentesco sea por consanguinidad o por afinidad. Réstame sólo explicar que en mis clasificaciones admito cuatro grados de analogía entre las lenguas, a saber: el dialecto, la rama, la familia y el grupo, de lo más próximo o lo más remoto. El dialecto, la rama y la familia son divisiones muy conocidas, por lo cual sólo diré que por grupo entiendo familias diversas que, sin embargo, conservan algunas analogías esenciales, señal de un origen común y separación antigua, o de un trato más íntimo que el del simple comercio o vecindad.

Para tranquilizar completamente el ánimo de los críticos escrupulosos haré una advertencia más, y con ella terminaré este prólogo.

Si se compara el catálogo de lenguas que yo presento con los de otros autores podrá creerse que he omitido algunas. Manifestaré, pues, que los únicos idiomas que omito son los muertos de que no quedan vestigios ni noticia alguna para poderlos clasificar. Además, puede observarse que los escritores, por lo común, han multiplicado indebidamente las lenguas americanas, y entre ellas las de México, tomando voces sinónimas de una misma lengua como si fuesen de varias, y lo que es más todavía, se han llegado a creer nombres de lenguas los de tribu y aun los de lugares. De todo esto tendré ocasión de presentar ejemplos en el curso de la obra.





  —[1]→  

ArribaAbajoCapítulo primero

El mexicano, náhuatl o azteca



Noticias preliminares

A mediados del siglo VII, según la Cronología de Clavijero, apareció en Anáhuac la célebre nación tolteca que fundó el reino de Tula y la adelantada civilización que los españoles encontraron entre los aztecas y tezcucanos. La monarquía tolteca terminó antes de cuatro siglos por la peste, la hambre y la guerra civil, quedando en el país algunas familias, y emigrando el resto, principalmente hacia el sur, aun hasta Guatemala y Nicaragua, según el historiador Ixtlilxochitl.

Como un siglo después, llegó al valle de México una numerosa tribu casi salvaje, llamada chichimeca, la cual unida con los toltecas, que aún quedaban en el país, y civilizada por ellos, fundó el reino de Tezcoco o Alcohuacan, todavía existente a la llegada de los españoles.

  —2→  

Algunos años después de establecidos los chichimecas, llegaron del norte seis tribus de las siete conocidas con el nombre de nahuatlacas, pues una de ellas, la mexicana, se quedó atrás, y hasta 1196 arribó a Tula. Los nombres con que se conocieron después esas tribus fueron: xochimilcas, chalcas, tepanecas, tlahuicas, colhuas, tlaxcaltecas y mexicanos, cuyos nombres tomaron de los lugares que fundaron, o de aquéllos en que se establecieron. Todos fueron al principio tributarios de los chichimecas; pero después los tlaxcaltecas fundaron una república independiente, y los mexicanos un imperio más vasto que el de los chichimecas, y el más poderoso que en estas regiones encontraron los españoles.

Las noticias históricas que tenemos sobre esos pueblos están conformes en que los antiguos toltecas y las siete tribus nahuatlacas tenían un mismo origen y hablaban la misma lengua, que era el mexicano, náhuatl o azteca; pero de ninguna manera sucede esto respecto a los chichimecas, aunque hasta hoy por un error muy común se cree lo contrario.

Clavijero y Veytia, únicos entre los modernos que se han ocupado seriamente en dar a conocer nuestra historia antigua y cuya opinión, de consiguiente, todos siguen, son los que han divulgado esa equivocación: el primero, sin duda, por la escasez de documentos con que escribió, y el segundo por falta de crítica. Fundados en el dicho de esos dos escritores, todos los demás han repetido lo mismo, aun algunos tan notables como Hervás, Alejandro Humboldt, Prescott, Vater y Buschmann. Con el   —3→   objeto, entre otros, de aclarar ese punto, escribí el artículo «Texcoco» en el Diccionario de historia, impreso en México (tomo 7.º, 1855), de cuyo contenido puede, si gusta, imponerse el lector, aunque aquí resumiré las razones que allí expuse y aun agregaré otras, a fin de probar que los chichimecas no eran de la misma lengua y familia que los toltecas y nahuatlacas.

1.ª Los escritores cuyas obras son la fuente más pura de nuestra historia antigua, tales como Torquemada, Ixtlilxochitl y Pomar, atestiguan que los toltecas y chichimecas tenían lengua diferente. El primero, en su Monarquía indiana (libro 1.º, capítulo 19), dice que los toltecas que quedaban en el valle de México no entendían a los chichimecas que llegaban. Ixtlilxochitl sostiene en todas sus relaciones que chichimecas y toltecas tenían diversa lengua, y en su Historia de los chichimecas, capítulo 13 (apud Ternaux, volumen 12), agrega que el emperador Techotlalla hizo se extendiera el idioma mexicano entre sus súbditos. Don Juan Bautista Pomar, descendiente como Ixtlilxochitl de los reyes de Texcoco, en su Relación manuscrita (de que posee un ejemplar mi hermano político don Joaquín García Icazbalceta) refiere un hecho que no deja la menor duda, y es que el año de 1582 aún quedaban restos del idioma chichimeco en varios nombres que nadie podía traducir.

2.ª Los toltecas y nahuatlacas eran pueblos civilizados, mientras que los chichimecas estaban casi en estado salvaje. La religión, gobierno, leyes y costumbres de   —4→   éstos demuestran un pueblo nuevo, mientras que las instituciones de los otros uno muy antiguo y muy diferente.

3.ª Que una nación no pueda cambiar su idioma por otro, como arguye Clavijero, es cosa desmentida por la historia. En efecto, la regla general es que cada pueblo conserve tenazmente su idioma; pero acontecimientos extraordinarios pueden hacer excepción a esta regla. Los griegos y romanos, por ejemplo, hicieron desaparecer los idiomas de la Europa meridional y de parte de la central, im poniendo el suyo; lo mismo sucedió con los árabes en una gran parte del Asia occidental y del África septentrional.

4.ª Que siendo los chichimecas los conquistadores su lengua era la que debía haber dominado, es razón que nada vale, porque, como ha observado Balbi, «no es la lengua del pueblo conquistador la que precisamente domina, sino la más regular y culta». Natural es, en el caso que nos ocupa, que la lengua tolteca fuera la más perfecta como la del pueblo más adelantado en civilización.

5.ª Que los nombres propios de lugares y personas pertenecientes a los chichimecas, estén o hayan estado en mexicano, es argumento que tiene varias soluciones: en primer lugar no es eso exacto, en lo general, pues hemos visto que Pomar tuvo conocimiento de nombres chichimecos que nadie podía traducir; en segundo lugar muchos nombres de pueblos o ciudades, como Tula, Colhuacan, etc., fueron puestos por los toltecas, es decir, desde antes de la venida de los chichimecas, y no es,   —5→   pues, extraño que estuvieran en mexicano, explicando Ixtlilxochitl que todos los nombres de lugares quedaron en lengua mexicana. En fin, como la historia de estos pueblos nos ha sido referida principalmente por mexicanos, no es inverosímil que éstos expresaran en su lengua hasta los nombres propios, cosa fácil si atendemos a que esos nombres son significativos en las lenguas antiguas; esta sospecha llega al grado de certidumbre, cuando vemos que así se ha hecho hablando de gentes y naciones que hasta hoy conservan un idioma diferente. Bastará citar, en prueba, el nombre del último emperador de Michoacán, el cual, aunque hablaba tarasco, es conocido con el nombre mexicano de Caltzonzin, y el de todos los reyes totonacos, como vemos en el lugar respectivo de esta obra; en cuanto a nombres mexicanos de lugares donde se hablan otras lenguas, se encuentran dondequiera, como Michoacán, Huaxteca, Mixteca, etc., etc. ¿No es, pues, más natural que esto sucediera respecto a una nación mezclada con los que hablaban mexicano, educada y civilizada por ellos?2

Resulta, pues, que los únicos pueblos antiguos de Anáhuac que hablaron el mexicano puro fueron los toltecas y nahuatlacas; los chichimecas le adoptaron, pero antes tenían un idioma diferente, hoy desconocido, que acaso no existe o se conserva entre algunos de sus compañeros del Norte que no salieron de sus tierras, o se quedaron en el camino.

Hoy se habla el azteca en los puntos siguientes de la República mexicana. En Chihuahua por los indios llamados   —6→   conchos y chinarras. En una gran parte de Sinaloa y entre algunas tribus de Durango. En 6 curatos de San Luis Potosí. En los cantones 8 y 9 del Estado de Jalisco y algunos pueblos de los otros cantones. En siete u ocho pueblos del Estado de Colima. En la zona paralela a la costa del Estado de Michoacán. En la mayor parte de los Estados de México, Guerrero, Tlaxcala y Puebla. En varios pueblos de Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Tabasco.

Se conserva también el idioma mexicano entre los pipiles de Guatemala, los tlaxcaltecas de San Salvador y los niquiras de Nicaragua. (Véase capítulo 2).

La palabra México se deriva de Mexitli, dios de la guerra, según la etimología generalmente recibida, y de México viene el nacional Mexicatl, es decir, mexicano3.

Nahoatl o náhuatl, según el diccionario de Molina, significa cosa que suena bien, de modo que viene a ser un adjetivo que aplicado al sustantivo idioma creo puede traducirse por armonioso.

El lugar del Norte de donde vinieron los nahuatlacas, se llamaba Aztlan, según la tradición, y de Aztlan se deriva el nacional aztecatl (azteca), el cual se da generalmente sólo a los mexicanos; pero propiamente conviene a las siete tribus.

Las obras que conozco sobre el mexicano son varias, pero las que principalmente he usado son éstas: Arte, por el padre Horacio Carochi (México, 1645); Arte, por don Agustín Aldama y Guevara (México, 1754); Arte,   —7→   por el bachiller don Rafael Sandoval (México, 1810); Arte del mexicano, como se usa en el obispado de Guadalajara, por el bachiller don Gerónimo Tomas Cortés y Zedeño (Puebla, 1765); Vocabulario mexicano, por el padre Alonso de Molina (México, 1571); Catecismo de la Doctrina cristiana, en mexicano, por el padre Ignacio Paredes (México, 1758). Además, me he aprovechado de lo que dice Clavijero sobre el azteca en su Historia antigua de México.

La gramática del padre Carochi es cuanto más minuciosa y clara se puede desear, como escrita con el objeto de aprender aun sin maestro. La de Aldama es un excelente compendio de los trabajos emprendidos por maestros antiguos los padres Molina, Rincón, Galdo, Vetancourt, Pérez, Ávila, Gastelú, y aun el mismo Carochi. La de Sandoval carece de mérito y su brevedad la hace oscura, habiéndola consultado por ser la más moderna que pude encontrar, en cuya virtud esperaba ver alguna observación nueva.




Descripción


1. Alfabeto

El alfabeto mexicano consta de las siguientes letras:

a, ch, e, h, i, k, l, m, n, o, p, t, tl, tz, u clara, u oscura, v, x, y, z4.




2. Combinación de letras

Es proporcionada la reunión de vocales y consonantes, abundando la l, x, t, z, tz, tl. No hay ninguna palabra que comience por l;   —8→   pero las demás letras se usan con variedad en principio y fin de dicción.




3. Pronunciación

La pronunciación del mexicano es suave, y nunca requiere el uso de la nariz. La a es clara, la ch, antes de vocal, se pronuncia como en castellano; pero antes de consonante o cuando es final difiere algo; aunque se parece mucho; la e es clara; la h es una aspiración moderada y suave, y sólo se aspira fuertemente cuando precede u: la ll que se ve en algunas palabras, no es una letra como en castellano, sino doble l; se omite la t en aquellos casos en que de no omitirse quedara entre dos l; la tl en medio de dicción suena como en castellano; pero al fin se pronuncia tle la e semimuda, es decir, sin llegarla a pronunciar bien; la pronunciación de la tz es parecida a la de la s en español; pero más fuerte y áspera; la v la pronuncian las mujeres como en castellano y francés; pero los hombres, dice Aldama, «le dan un sonido muy semejante al que tiene el hu de la voz española hueco» la x suena como sh inglesa o ch francesa; la z es casi como la s española, pero no silba tanto.




4. Sílabas

Del uso de la composición resultan en mexicano palabras muy largas, de modo que las hay hasta de diez y seis sílabas. Sin embargo, hay también palabras simples muy largas.




5. Acentos

«Los acentos -dice Aldama- son cuatro: breve, largo, saltillo y salto [...] la pronunciación del saltillo tiene el sonido muy parecido al que tendrá si pronuncias aspirando suavemente como si hubiera h después   —9→   de la vocal [...]; pero no consiste su recta pronunciación sólo en eso, sino que se pronuncia la vocal con un generito de suspensión que yo no te puedo explicar, y tú entenderás fácilmente haciendo que un indio te pronuncie la voz pátli, u otra que veas con dicho acento. Lo mismo te aconsejo de la pronunciación del salto; mas por decir algo digo que se pronuncia esforzando algo la voz en la sílaba que tiene dicho acento [...]. La larga se pronuncia gastando en pronunciarla más tiempo que la breve». Carochi agrega que hay sílabas entre largas y breves.

No hay palabras de terminación aguda si no son algunos vocativos, y casi todas tienen la penúltima sílaba larga.

Para que se conozca la importancia del acento y cantidad en mexicano, pondré estos ejemplos notex con tex breve, es mi harina, y larga mi cuñado; tatli, con saltillo en ta, significa padre; ta larga, sin saltillo, y la i breve, quiere decir tú bebes agua.




6. Composición de las palabras

Componen los mexicanos reuniendo varias palabras en una sola; pero no por simple yuxtaposición, sino que atentos a la brevedad y a la eufonía hacen, al componer, mucho uso del metaplasmo, quitando letras o sílabas, de lo cual nos da idea el siguiente ejemplo: de tlazotli, apreciado o amado; maviztik, honrado o reverenciado; teopixki, sacerdote; tatli, padre, y no, mío, resulta notlazomavizteopizkatatzin, cuya voz significa «mi apreciado señor padre y reverenciado sacerdote» viéndose, además, en este ejemplo la   —10→   terminación tzin con la que se expresa respeto, como luego veremos, y comprendiendo la palabra teopixki, compuesta a su vez de teotl, Dios, y de pia, guardar o custodiar, perdiéndose en toda la composición varias consonantes y vocales.

El nombre que va al fin de la voz compuesta no se altera, aunque esto no se entiende de los posesivos, por lo que veremos luego.

En la composición con verbo siempre éste queda al fin, y lo mismo sucede al nominativo; pero el adjetivo se pone primero que el sustantivo, y lo mismo el adverbio respecto del verbo.

Es digno de observarse que en composición el adverbio suele significar como adjetivo; y el adjetivo como adverbio; verbi gratia, de nen, inútilmente, y tlatolli, palabras, sale nentlatolli, palabras inútiles; de yektli, bueno, y nemi, vivir, sale yeknemi, vivir bien.

Hay dos partículas que pueden llamarse ligaduras, pues sirven para unir las palabras, en ciertos casos, las cuales son ka y ti; verbi gratia, con kualani, enojarse, e itta, ver, diré kualani-ka-itta, «veo con ira, o airadamente»; porque en este caso, y semejantes, el verbo primero significa como adverbio y el segundo es el que se conjuga; cuando se usa la ligadura ti con dos verbos, el primero significa lo que el gerundio en do, castellano, como adjetivo; con algunos verbos, ti se convierte en timo.

La mayor parte de las palabras que se componen en mexicano, no pueden usarse separadas.




7. Metaplasmo

Las figuras de dicción no sólo se   —11→   usan componiendo, y no sólo se usa la sinalefa, según parece da a entender Aldama (§ 17), sino otras figuras, como fácilmente podremos ir observando en adelante.




8. Abundancia de voces

Es rico el mexicano en número de voces, de lo que se pueden dar varias pruebas; pero aquí me contentaré con repetir lo observado por Clavijero: «De la abundancia de esta lengua tenemos una buena prueba en la Historia natural del Dr. Hernández, pues describiéndose en ella mil doscientas plantas del país de Anáhuac, más de doscientas especies de aves y un gran número de cuadrúpedos, de reptiles, de insectos y de minerales, apenas se encontrará alguna cosa que no tenga su nombre propio: ¿pero qué maravilla es que abunde de voces significativas de objetos materiales, cuando casi ninguna le falta de aquéllas que se necesitan para explicar las cosas espirituales? Los más altos misterios de nuestra religión se hallan bien explicados en mexicano, sin que jamás haya sido necesario servirse de voces extranjeras. El P. Acosta se admira, que habiendo tenido los mexicanos noticia de un ente Supremo, criador del cielo y de la tierra, no hubiesen tenido igualmente en su lengua voz para significar lo equivalente al Dios de los españoles, al Deus de los latinos, al Theos de los griegos, al El de los hebreos y al Alá de los árabes, por lo que los predicadores se han visto precisados a servirse del nombre español. Pero si este autor hubiese tenido algún conocimiento de la lengua mexicana, hubiera sabido que lo mismo vale el Teotl de los mexicanos, que el Theos de   —12→   los griegos, y que no hubo otra causa para introducir «la voz española Dios, que la demasiada escrupulosidad de los primeros predicadores, los cuales, así como quemaron las pinturas históricas de los mexicanos, porque las tuvieron por sospechosas de alguna superstición (de lo que se queja justamente el P. Acosta), del mismo modo rechazaron también el nombre mexicano Teotl, porque se había usado para significar los falsos dioses que adoraban».




9. Sinónimos

Una lengua tan abundante no es extraño que tenga muchos sinónimos, y, en efecto, se encuentran a cada paso en su diccionario; verbi gratia, para el verbo ayudar tienen los mexicanos nitepaleuia, que significa el que ayuda a otros en sus trabajos, necesidades y enfermedades; nitenanamiki, se dice del que ayuda a otro en un trabajo actual, como levantar algún peso, etc., y nitenankilia, se aplica al que ayuda a labrar la tierra de su vecino, a decir misa, etc.




10. Voces metafísicas

Las voces metafísicas no escasean, y de ellas presentaré los siguientes ejemplos:

Itla, cosa.

Kavitl, tiempo.

Ixtlamatiliztli, razón.

Neltiliztli, verdad.

Tlalnamikiliztli, mente, memoria.

Tlalnamiki, pensar.

Kuallotl, yekyotl, bondad.




11. Expresivas

Del uso de la composición resultan   —13→   en mexicano gran copia de palabras expresivas, y algunas lo son tanto que definen o describen perfectamente, por sí solas, aquello de que se trata, resultando locuciones que, como dice Clavijero, son otras tantas hipotiposis de las cosas; daré algunos ejemplos de nombres de lugares y otros en donde se verá explicada su situación, cualidad u otra circunstancia:

Tlalnepantla, significa en medio de la tierra, o situada en medio.

Popokatepetl, montaña humeante.

Atzkaputzalti (hoy Atzcapuzalco), significa hormiguero, con alusión a los muchos habitantes que tenía.

Kuauhnahuak (hoy Cuernavaca), junto a los árboles.

Atlixko, encima del agua.

Tepetitlán, encima del monte.

Kuautla, con kua larga, lugar abundante de águilas.

Kuautla, con kua breve, lugar donde abundan árboles.

Omeyulloa, dudar, de ome, dos, y yullotli, corazón.

Yullotetl, hombre de corazón duro, de yullotli y tetl, piedra.




12. Onomatopeyas

Encuéntranse pocas onomatopeyas, de las que presentaré, sin embargo, estos ejemplos:

  —14→  

Chichipini, lloviznar.

Chichipika, gotear.

Chachachalaka, charlar, hablar alto o gorjear.

Tlakuakualaka, tronar.

Atlatlalakatl, el ánsar.

Tlatlazkatlatoa, cacarear.

Vavaloa o huahualoa, ladrar.




13. Partes de la oración

Las partes de la oración son: nombre sustantivo y adjetivo, pronombre, verbo, adverbio, postposición, conjunción u interjección.

Respecto al adjetivo se advierte que abundan tanto los verbales, de que hablaré más adelante, que registrando el diccionario se duda si todos los adjetivos lo son, es decir, parece que en mexicano no hay adjetivos puros. Empero hallo algunos que no veo tengan verbos de donde se deriven como los numerales ze, uno; ome, dos, etc., y aun algunos otros, yollo, hábil; muchi, todo; matlalin, verde. Lo que creo, pues, que puede asegurarse, respecto a los adjetivos puros, es que son muy pocos en mexicano.

Sobre los adjetivos numerales es digno de observarse que los hay de diferente terminación según el sustantivo a que se aplican; verbi gratia, ze, uno, se dice de cosas animadas, maderos, papel, etc., zentetl, sirve para contar gallinas, huevos, cacao, etc.; zempantli, se usa para cosas puestas en hilera; zentlamantli, para contar paredes, trojes, etc.




14. Número

Es rico el mexicano en terminaciones para expresar el plural, aunque sólo usadas generalmente   —15→   con nombres de seres animados; así es que los nombres de inanimados, por lo común, no se alteran para indicar multiplicidad, y ésta se explica por medio de los numerales, o del adverbio miek, mucho; verbi gratia, ze tetl, una piedra, yei tetl, tres piedra, miek tetl, muchas piedra. Sin embargo, los de inanimados usan terminación de plural cuando se aplican a personas; verbi gratia, de zokitll, lodo; tizokime, somos lodo; y aun hay algunos que sin referirse a personas tienen plural, porque los mexicanos creían que lo que expresaban era animado, o algunos nombres, según sospecho, porque se han corrompido con el trato de los españoles; verbi gratia, ilvikame, los cielos; tepeme, montes; zitlaltin, estrellas; muchas veces los nombren de inanimados que usan plural, le forman doblando la primera sílaba; tetla, pedregal; tetetla, pedregales; kalli, casa; kakalli, casas, cuya forma confunde erradamente Sandoval (página 40) con la frecuentativa de los verbos.

El uso de las diversas terminaciones creo que puede reducirse a las siguientes reglas, subordinadas a otras que, con sus excepciones, sólo pueden ser objeto de una gramática5.

1.ª Los nombres primitivos hacen el plural en me, tin o ke; verbi gratia, de ichkatl, oveja; ichkame, ovejas; de zolin, codorniz; zoltin, codornices; de kokoxki, enfermo; kokoxke, enfermos; de topile, alguacil; topileke, alguaciles.

2.ª Los derivados forman el plural así: los llamados reverenciales, acabados en tzintli, hacen el plural en tzitzintin; los diminutivos en tontli, en totontin, y los diminutivos en ton y pil, aumentativos en pol y reverenciales   —16→   en tzin duplicando la final, aunque con sinalefa; verbi gratia, tlakatzintli, persona; tlakatzitzintin, personas; ichkatontli, ovejita; ichkatotontin, ovejitas; ichkapil, ovejita; ichkapipil, ovejitas; chichiton, perrillo; chichitoton, perrillos; tlatlakoanipol, pecadorazo; tlatlakoanipopol, pecadorazos; vevetzin, viejo; vevetzitzin, viejos.

3.ª Los nombres compuestos con pronombre posesivo, sean primitivos o derivados, hacen el plural en van (huan, según la ortografía común), conservando además los segundos la terminación de plural que les corresponde como derivados, de modo que resulta duplicada; verbi gratia, noichkavan, mis ovejas; noichkatotonvan, mis ovejuelas. Sin embargo, pueden, según Carochi, dejar la terminación que les corresponde como derivados, aunque esto es raro.

4.ª Los nombres tlakatl, persona; zivatl, mujer, los gentilicios y los que expresan oficio o profesión, forman su plural con sólo quitar la final; verbi gratia, mexikatl, mexicanos; mexika, mexicanos, poniendo además acento salto en la vocal última.

5.ª Hay algunos nombres que para el plural, aunque pueden tomar una de las terminaciones referidas antes, le forman omitiéndola y duplicando la primera sílaba, aunque algunos duplican sin omitir su terminación respectiva; verbi gratia, teotl, Dios; teteo, Dioses; zolin, codorniz; zozoltin, codornices; zitli, liebre; zizitin, liebres; telpochtli e ichpochtli, doblan la sílaba po.

6.ª Hay algunos adjetivos que tienen varios plurales, como miek, mucho, cuyo plural es miektin, miekintin o miekin.



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