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Corneille. 1606-1684

Concepción Gimeno de Flaquer

Pedro Corneille apellidado El Grande no solo por sus méritos, sino para distinguirle de su erudito hermano Tomás, que sin la fama de aquel, hubiera alcanzado notoriedad, nació en la monumental Ruan, antigua capital de Normandía.

Ruan que se enorgullece de ser patria de los hermanos Corneille, lo es también de la Salle, Fontenelle, Pradon, Champmeslé y Ponchet. La ciudad del insigne autor de Cinna, tiene una página en la historia: allí celebraron Asambleas Enrique IV y Luis XIII, y fue declarado mayor de edad Carlos IX; allí existe la torre de Juana de Arco donde tanto sufrió la heroína, quemada viva por los ingleses, en la plaza del Mercado Viejo y arrojadas sus cenizas al Sena para que no las guardara Ruan; mas si los verdugos negaron sepultura a los restos de la doncella de Orleans, en cambio tiene su recuerdo, un monumento en el corazón de los franceses, cual Juana Hachette, heroína también del siglo XV, menos conocida que la mártir de Ruan.

En la tierra de Corneille, donde abundan los edificios de arquitectura gótica, y en su catedral, la más alta del mundo, se halla entre otros mausoleos, el que mandó erigir la bella Diana de Poitiers, a su marido Luis de Brezé, mausoleo que es una obra maestra del Renacimiento, atribuida a Goujon, restaurador de la escultura en Francia, a mediados del siglo XVI.

En este siglo de oro para las letras españolas, el teatro francés no había salido aún de su larga infancia; Corneille era el destinado a su enaltecimiento, y la posteridad le ha hecho justicia, denominándole, Creador del teatro clásico, padre de la comedia.

Justo es decir sin pretender menoscabar en nada la gloria de Corneille, que su primera tragedia de éxito ruidoso, El Cid, está tomada de la obra de nuestro poeta valenciano Guillén de Castro, titulada Las Mocedades del Cid.

En el siglo de Cervantes, Teresa de Jesús y de los dos Luises tan afortunado para España, las letras tomaron alto vuelo, entre los ingenios iberos. Cultiváronse brillantemente todos los géneros literarios distinguiéndose Mariana y Solís en la prosa, Alonso Ercilla en la epopeya, Vicente Espinel, en el perfeccionamiento de la décima, Lope de Rueda, en la comedia, Aguilar en la poesía lírica, Torres Naharro en la dramática, Mendoza y Montemayor en el idilio, Castillejo en la sátira, Hernando de Herrera, en la oda mística, y Lope de Vega, Prodigio de la Naturaleza y Rey de la Comedia, como le apellida nuestro inmortal Cervantes, en todos los géneros poéticos. De Lope de Vega han tomado muchos de sus más cómicos rasgos, Molière y Racine.

Si es indudable que Corneille se inspiró en la obra de Guillén de Castro para su «Cid», también es cierto que supo darle elegante y levantada entonación, carácter clásico, interés y movimiento, todo cuanto necesita una tragicomedia para ser declarada obra maestra.

Las memorias de aquella época hablan con asombro del éxito nunca visto que alcanzó el insigne creador del arte dramático francés. Los enemigos de Corneille quisieron con sus críticas matar la obra; pero fueron impotentes para luchar contra la opinión que había sancionado los más entusiastas elogios tributados al poeta dramático. No todos los enemigos de Corneille fueron poetastros y personas de escasa valía, pues al frente de un grupo de impugnadores, figuraba nada menos que Richelieu, fundador de la Academia Francesa.

Conocidas son las aficiones literarias de Richelieu y tanto como estas su gran vanidad: escribió un trabajo literario, que consultó al autor de Medea, y habiéndoselo desaprobado este, el Ministro no le perdonó jamás. Había querido ser adulado y el espíritu independiente de Corneille no podía doblegarse a la adulación. Lastimado por sus detractores, el poeta lanzó un grito de indignación, en unos versos enérgicos y altivos que dicen así:

    Je sais ce que je vaux, et crois ce qu’on m’en dit

Pour me faire admirer, je ne fais point de ligue:

J’ai peu de voix pour moi, mais je les ai sans brigue;

Et mon ambition, pour faire plus de bruit

Ne les va point quêter de reduit en reduit.

Mon travail sans appui monte sur lé théâtre;

Chacun en liberté l’y blâme ou l’idolâtre.

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Et mes vers en tous lieux sont mes seuls partisans:

Par leur seule beauté ma plume est estimèe;

Je ne dois qu’a moi seul toute ma renommèe

Et pense, toutefois n’avoir point de rival

A qui je fasse tort en le traitant d’égal.



Su defensa de plagiario fue la creación de Horacio, obra original en la que retrata con maestría algunas costumbres de la Roma antigua. ¡Qué mejor defensa que ese monumento universalmente admirado! Siguió a Horacio, Cinna, obra reveladora del genio colosal del poeta la cual terminó la revolución dramática que el autor de Melite había iniciado; Corneille empezó por seguir el gusto de su época y acabó por imponer el suyo como hacen siempre los grandes maestros.

Polyeucte, obra que debía ser muy celebrada, no gustó cuando la leyó el autor en el hotel de Mme. Rambouillet, donde se reunían los hombres más notables de París, mas equivocáronse en su juicio, porque después de representada, se observaron en ella delicadas bellezas dignas de las que atesoran Horacio y Cinna. Pompeyo fue la continuación de Polyeucte, tragedia notable por el tipo de la viuda del rival de César; tras esta obra apareció Le Menteur, ensayo de un nuevo gusto literario en la comedia, pero ensayo de gigante; para ella inspirose en Alarcón.

Hizo algo en el género religioso, menos brillante que sus producciones profanas, pero acertó en la Imitación de Jesucristo que tradujo en sonoros versos, por indicación de los jesuitas que fueron sus maestros en Ruan.

Brillante, noble, elevado y sencillo, es Pedro Corneille, su obra literaria no morirá jamás. En la abundancia y variedad de sus resortes dramáticos sobresalen dos: la admiración y el terror, con estos recursos manejados ingeniosamente, domina al espectador. No hablamos de las hermosas páginas líricas que escribió, porque más que a estas debe su gloria a las producciones teatrales.

No solo las anteriormente citadas, sino también Climena, El Toisón de Oro, La Ilusión Cómica, Otón, Rodoguna, Edipo, La Plaza Real, Atila, Psiquis y Sertorio; son bella muestra de la diversidad de géneros que el fecundo poeta cultivó.

A sus triunfos y satisfacciones de amor propio, mezcláronse algunos disgustos literarios: en los bosques de Apolo no hay laurel sin veneno. Muchos de sus partidarios le abandonaron para pasarse a las filas de Racine, y Enriqueta de Inglaterra, cuñada de Luis XIV que protegía al autor de Andrómaca tuvo el capricho de encargar secretamente a los dos célebres poetas, escribiesen una comedia, tomando por asunto el adiós de Tito y Berenice, que le recordaba un tierno episodio de su vida privada. Los dos poetas trabajaron en la obra ignorando fuesen competidores; pero la creación de Racine gustó muchísimo, mientras que la de Corneille no agradó. El argumento elegido por la Princesa no tuvo el poder de inspirar al gran Corneille. Quizás el capricho de la bella cuñada del rey fue un ardid femenino, un lazo tendido a Corneille, para hacer brillar al poeta que más distinguió.

Los críticos serios no han dado importancia a ese episodio, que en manera alguna puede disminuir la gloria del creador de la escena francesa. Cousin, refiriéndose a él, dice, que Esquilo, Sófocles y Eurípides, le son inferiores, porque ninguno de ellos ha sabido expresar con tanta elocuencia y verdad la lucha entre una pasión generosa y el deber, dándole al género patético una forma que desconocieron los antiguos.

Saint Beuve exclama con gran entusiasmo: «Los personajes de Corneille son grandes, valientes, intachables. Como padres, como amantes, como amigos o enemigos, se hacen querer y admirar».

La existencia de Pedro Corneille se deslizó tranquila y serena, sin ningún suceso romancesco; consagrado por completo a su arte, no pensó en aventuras. Vivió por espacio de veinticinco años en la misma casa que su hermano Tomás, conservándose entre ellos la mayor armonía a pesar del doble parentesco de cuñados, por hallarse casados con dos hermanas.

La figura de Pedro Corneille no era atractiva y su conversación carecía de amenidad: él se juzgó imparcialmente en estos versos:

J’ai la plume féconde et la bouche sterile,

Et l’on peut rarement m’ecuter sans ennui

Que quand je me produis par la bouche d’autrui.



Murió pobre, triste y sufriendo las contrariedades de la suerte sin resignación. Sus contemporáneos fueron ingratos con él.

La posteridad le ha hecho justicia. El viajero puede admirar su estatua en Ruan, sus retratos en todos los centros de París, donde se rinde culto a las bellas letras, sus biografías en todos los puntos del globo donde se habla su elegante lengua.

Glorioso fue el siglo XVII para las letras francesas, siglo de los colosos de la escena, siglo de Corneille, de Racine y de Molière.

México, abril de 1889.