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Los religiosos agustinos de este Monasterio se distinguieron siempre por sus trabajos apostólicos, con los cuales ayudaron a la civilización de estos pueblos del antiguo Reino de Quito, a la propagación   —[Lámina XL]→     —[Lámina XLI]→     —105→   de la doctrina católica y al incremento de la cultura y de las artes.

Miguel de Santiago.- Muerte de San Agustín

Miguel de Santiago.- Muerte de San Agustín

[Lámina XL]

Entierro de San Agustín

Entierro de San Agustín

[Lámina XLI]

Como propagadores de la fe hicieron tanta labor que, en 1601, fue preciso dividir la Provincia en dos, quedando la quitense con los conventos de Quito, Latacunga, Riobamba, Cuenca, Loja, Guayaquil, Ibarra, Pasto, Popayán, Cali, Hospedería de Ambato y algunas Vicarías, que un poco más tarde llegaron a 17, además de más de 30 Conventos y Doctrinas68.

Como apóstoles de la cultura realizaron grande y provechosa tarea. No hubo Doctrina o Conventillo que no tuviera una escuela. En 1581 fundaron el Colegio de San Nicolás de Tolentino y en 1586, la Universidad de San Fulgencio, primer centro de estudios superiores en el Reino de Quito, que funcionó durante más de doscientos años y, a principios del siglo XVII, el Colegio de Santa Catalina, de segunda enseñanza, como preparatorio para ingresar a la Universidad de San Fulgencio y que funcionó hasta el siglo XIX. Todo esto, fuera de las casas de estudios con Noviciados para sus aspirantes o religiosos, que fundaron en Quito, Riobamba, Loja y Pasto, y de un estudiantado en Zumbagua. Ni hay que olvidar que el primer Seminario que hubo en nuestro país, lo fundó un agustino, el Obispo insigne, fray Luis López de Solís.

Grandes protectores de las artes fueron también los agustinos. Basta recorrer los claustros de su Monasterio y las naves de su iglesia y contemplar los maravillosos cuadros que adornan sus muros; visitar la Sala Capitular y admirar la talla de su artística sillería, lo mismo que los retablos de su iglesia y las estatuas que aún conservan. En el arte de la música, al padre Tomás Mideros y Miño cabe la gloria de ser el fundador de la primera escuela de música que se estableció en nuestra Patria y de la primera orquesta que funcionó en Quito. Y en el arte de la pintura, floreció el padre Alonso Vera de la Paz, discípulo de Miguel de Santiago y del cual hay trece lienzos que pintó para su Convento.

Como catedráticos, predicadores, escritores, maestros y artistas, el Monasterio cuenta entre los mejores, en el siglo XVI, a los padres Gabriel de Saona, Luis Álvarez de Toledo, Juan de Vivero, Agustín Rodríguez, Alonso de la Fuente y Chávez, Juan Rubio, Diego de Tamayo y Alfonso Jiménez; en el XVII, a los padres Francisco de la Fuente y Chávez, Basilio de Ribera, Agustín de Córdoba, Leonardo de Araujo, Juan de Escobar, Juan de la Fuente y Chávez, Agustín de Balarezo, Alonso de Mendoza, Antonio de Velasco, Francisco Montaño, Pedro del Valle Alvarado, Alonso Vera de la Paz, Lorenzo de Morales Espinosa, Leonardo de Zabala, Juan Martínez de Lussuriaga, Pedro Pacheco, Manuel de Araujo, Francisco Peralta y Juan de Clavijo; en el XVIII a los padres Juan Freire de Andrade, Dionisio Mejía, Juan Lucero, Simón Vásquez,   —106→   José de Chiriboga y Daza, Nicolás Echeverría, Bernardo Pedrosa, Juan Lascano, Francisco Cinto, Bernardo Villacís, Juan de Lema y Villaroel, Carlos Ramírez, Teodomiro Ávila, Fernando de Jijón y León, Próspero Sánchez, Manuel Brito, José de la Granda y Sierra; y el siglo XIX, a los padres Manuel García de Granda, Tomás López Pardo, Mariano Carvajal, José Ledesma, José Saona, Rafael Aroca, Gaspar Terán, Luis Zurita, Rafael Enríquez, Agustín Almeida, Manuel Salcedo, Tomás Mideros, José Concetti y Luis Chabot.

Y por sus claustros pasaron los mitrados fray Luis López de Solís, fray Gaspar de Villaroel, fray Martín de Hijar y Mendoza y los Obispos electos que la muerte les privó de la mitra, fray Juan de Vivero, fray Agustín Rodríguez, fray Francisco de la Fuente y Chávez, fray Basalio de Ribera y fray Francisco Peralta.

Añadamos a esta lista los declarados Venerables por sus virtudes como los padres Baltasar Báez, Gabriel de Segovia, Juan de Larco, Antonio Arévalo, Alonso Pérez, Diego Montenegro, José de Orozco, Antonio López de Zúñiga, Alonso Lazcano, Lorenzo Leyton y Pedro Mendía, en el siglo XVII; el padre Dionisio Mejía, en el XVIII y los padres José Ledesma y Miguel Izurieta, en el XIX, sin olvidarnos a los fundadores del Monasterio, fray Gabriel de Saona, fray Luis Álvarez de Toledo y fray Juan de Vivero, que murieron en olor de santidad69.



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ArribaAbajoMonasterio de Santa Catalina

Precisamente durante la revolución de las Alcabalas, doña María de Siliceo, viuda de don Alonso de Troya y sobrina del arzobispo de Toledo, fundó el Convento de Santa Catalina de Sena, el 14 de marzo de 1594, bajo la regla y la Orden de Santo Domingo y la advocación de Nuestra Señora de la Paz, sin duda alguna como una simbólica invocación enmedio de los desórdenes y violencias de aquella primera revolución quiteña.

Hizo la fundación cuando gobernaba la iglesia del Reino el Ilustrísimo señor don fray Luis López de Solís; la Orden Dominicana en Quito, el Muy Rdo. padre fray Rodrigo de Lara y la Real Audiencia, el doctor don Manuel Barros de San Millán: quienes cooperaron fervorosamente a realizar aquella fundación.

Fueron las primeras compañeras de la fundadora sus tres hijas y unas seis niñas huérfanas que conquistó en la ciudad. Con ellas anduvo de una parte a otra, buscando un sitio cómodo y adecuado para su convento, hasta que dio con él en el punto donde ahora se encuentra. Principió por comprar la fundadora, la casa que fue de don Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Jesús, con el dedo de agua que el Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad le concedió para sus menesteres domésticos, con la expresa condición de que su remanente había de servir para los habitantes del barrio, que carecía de agua. Don Lorenzo de Cepeda, para cumplir fielmente con esta condición, después de hacer una fuente de agua en su casa, hizo otra en forma de una concha, que la incrustó en la parte externa del muro oriental de cerramiento del jardín, para que recibiera ese remanente de agua que debía servir al vecindario. Luego, esa misma agua, desbordando de la concha corría hacia media calle y, encañonada nuevamente, iba a abastecer a otra, que, situada en la esquina donde hoy se encuentran las calles Espejo y Montúfar, los quiteños la llamaban «del chorro de Santa Catalina».

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La instalación del agua potable en la ciudad secó esas fuentes; la urbanización de aquella zona, eliminó «el chorro» y la inconsciencia de unos Consejeros Municipales hizo desaparecer la concha que el sobrino de Santa Teresa de Jesús labró para dar agua al vecindario. Cuando el año de 1929, se construyó el edificio de la actuar Tesorería Municipal, junto con derrocar el muro, desgajaron de él la concha y la tiraron sin duda a la quebrada vecina con los escombros del muro de adobe derribado. Ni siquiera la recogió la Municipalidad como recuerdo histórico, digno del museo de la ciudad70.

Luego, además de la casa de don Lorenzo de Cepeda, compró doña María de Siliceo todas las demás que componían la manzana: unas pertenecientes a los herederos del doctor Acosta y a su viuda doña Ana de Paz; otras, a Luis de Cabrera y Diego Ramones, y algunas otras más. De todas ellas, sólo conservaron siempre las de don Lorenzo de Cepeda; pues las compradas a los herederos del doctor Acosta y de doña Ana de Paz, las vendieron a don Diego Rodríguez.

Pero la Comunidad comenzó a crecer de tal manera que fue preciso que en 1613 ampliaran el local, para lo cual volvieron a comprar a Diego Rodríguez las casas que le habían vendido. Así lo decidieron las dieciocho monjas que bajo la presidencia de la madre priora doña Isabel de Santiago, se reunieron el 27 de mayo de aquel año. El buen don Diego les entregó las casas muy mejoradas y a ellas se pasaron las religiosas, «unas semanas antes de abril de 1614, o el 24 del propio mes del siguiente año»71. Este traslado fue el último y el definitivo. Desde entonces el Monasterio no ha cambiado de sitio hasta hoy día.

Las otras casas que abandonaron, y en donde estuvo primitivamente el Convento, que eran colindantes con casas que habían pertenecido a Luis de Cabrera y Diego Ramones, vendieron las religiosas en 1615 a don Francisco de Montenegro, marido de doña Sebastiana de Miranda y, después, de doña Juana Pavón. Poseyéronlas, luego, doña María de Saravia y el presbítero doctor don Juan Romero, hasta el 23 de febrero de 1660 en que las volvieron a adquirir las religiosas para completar la manzana en que se encuentra su propiedad.

El padre Jerves dice que el local al que se pasaron las religiosas en 1614 o 1615 era muy amplio, espacioso y cómodo «y que, por la misma disposición de él, se prestaba, supuesta la buena voluntad de las religiosas, al establecimiento de la clausura, así como a la guarda de las Constituciones de Santo Domingo». ¿Sería ese Convento el que subsiste hasta hoy?

Al hablar de la fundación y establecimiento del Monasterio de Santa Catalina, Diego Rodríguez Docampo, en 1650, dice por su parte lo siguiente, refiriéndose sin duda al traslado de las religiosas en 1614 o 1615:

Entró (doña María de Siliceo) con su hacienda en compra de los sitios, adorno de la iglesia, sacristía, ornamentos y forma de   —109→   entero Convento, y habiendo corrido algunos años en él, pareció corto y se compró diferente sitio, donde al presente está72.



Fueron las primeras religiosas que acompañaron a doña María, en orden de profesión, las siguientes: sor Jerónima de San Pedro Mártir y sor Mariana de San Juan Batatista (19 de abril de 1595); sor María de San Martín y sor Ana de San José (23 de abril); sor María de San Antonino y sor Isabel de Santiago (10 de mayo); sor María de Santa Margarita (25 de junio); y sor María Magdalena de San Francisco (23 de julio). La madre sor María de Santa Catalina de Sena Siliceo, profesó también el 19 de abril de 1595 y todas las demás hicieron sus votos en manos de ella y en las del padre Rodrigo de Lara, que era vicario provincial de la Provincia Dominicana de Quito.

La Comunidad prosperó rápidamente en todo sentido y, en cuanto al número de sus religiosas, subió al de 19 profesas, fuera de las novicias, en 1597, al extremo que en 1600, se crearon los cargos de Subpriora y Maestra de Novicias.

Siete años después de fundado el Convento, fue aceptado e incorporado entre los de la Orden dominicana, por el Capítulo General reunido en Roma, en 1601, a solicitud del padre fray Marcos de Flores, Definidor General de la Provincia y que se encontraba a la sazón en Roma.

En 1613, la Comunidad era ya inmensa, tanto que sólo entre monjas consultoras y capitulares, habían treinta, distinguidas todas ellas por la nobleza de su linaje y su virtud. Entre ellas estaba la misma madre de la fundadora, sor Isabel de Santo Domingo Pingue Tafur y Silíceo, que había jurado votos en manos de su propia hija, el 15 de agosto de 1597. Fue entonces que, volvieron a comprar las casas que habían antes vendido a don Diego Rodríguez, como ya lo dijimos, y, arreglándolas convenientemente, ampliaron así su monasterio.

Sin embargo de este desarrollo del Convento, la economía no iba tan a la par que digamos. Si no había miseria, no había tampoco holgura, ni siquiera mediana. Fue necesario el ingreso en la religión de una mujer como la viuda del licenciado don Pedro Venegas del Cañaveral, célebre Oidor de la Real Audiencia de Quito, para que comenzara a mejorar la situación económica del Convento. Sor Magdalena de San Luis Anaya, que así se llamó en el Monasterio, la nobilísima señora de nuestro Oidor, había profesado el 18 de enero de 1606 y distinguiéndose en el Convento, fue llamada por la Consulta a regentarlo el 18 de noviembre de 1615. Ella atrajo a muchas jóvenes de la sociedad quiteña al Noviciado, que prosperó tanto, que en 27 meses profesaron doce religiosas nuevas; y durante su Priorato adquirió una gran parte de la hacienda de Cutuglagua; que hasta principios del siglo XVIII se la llamaba Saguanche. La adquisición se hizo con el cambio de la estancia de pan sembrar que tenían las monjas en Píntag con esta de Saguanche. La permuta se hizo constar en escritura pública que lleva la fecha de 24 de julio de 1617 y fue celebrada ante el escribano Alonso Dorado de Vergara. Mas, como Saguanche era de mayor valor que la de Píntag, se impuso sobre aquella tan censo de ochocientos pesos en favor de la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, establecida hacía muchos años en la iglesia catedral de Quito.

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Mas tarde, en 1626, la Real Hacienda comenzó a entregar -durante el gobierno de la reverenda madre priora sor María de Santa Luisa y Chávez- la cantidad de 2750 pesos, donada por Felipe III al Monasterio, por Real Cédula de 3 de abril de 1610, expedida en Valladolid. Más de quince años habían transcurrido sin que los empleados de Quito hubieren cumplido con la orden, habiendo sido necesario que en 1624, el Procurador de la Provincia dominicana, fray Jerónimo de la Torre, reclamare ese pago ante el marqués de Guadalcázar, virrey del Perú, para que los empleados de la Real Hacienda, la pagaren. He aquí la cédula de Felipe III:

El Rey.- Marqués de Montesclaros, pariente y mi Virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Perú, o a la persona o personas a cuyo cargo fuere el gobierno de ellas. Por parte de la Priora y monjas del Monasterio de Santa Catalina de la ciudad de San Francisco de la Provincia del Quito, se me ha hecho relación que al presente hay en él más de treinta monjas, que las más de ellas son hijas y nietas de conquistadores de aquella tierra y algunas han sido mujeres de Oidores, y que las unas y las otras padecen tanta necesidad, por haberlas dejado con ella sin marido y padres, respecto de haber gastado sus haciendas en mi servicio, derramando su sangre; y que ésta (la pobreza) es tan grande, que muchas veces les falta el sustento ordinario, y la iglesia que tienen es de una casa vieja; y que por esto, y tener mucha falta de ornamentos, no se sirve el culto Divino con la decencia que conviene; suplicándome que teniendo consideración a lo susodicho, les hiciese merced de tres mil pesos de renta en Indios vacos o que primero vacasen en la dicha Provincia.

Y habiéndome consultado por los de mi Consejo Real de las Indias, he tenido por bien de hacer merced, como por la presente la hago al dicho Monasterio, de mil ducados por una vez, que valen trescientos y setenta y cinco mil maravedís, en vacantes de repartimientos de Indias de aquella tierra y residuos de ella. Y así, os mando que de las dichas vacantes de los dichos repartimientos o residuos de ella, hagan que se dé y paguen al dicho Monasterio de Santa Catalina o a la persona que tuviere su poder, los dichos mil ducados, que con esta mi Cédula o su carta de pago o de quien el dicho su poder tuviere, mando que los reciban o pasen en cuenta los dichos mil ducados a la persona que los diere y pagare, sin otro recaudo alguno.

Hecha en Valladolid, a tres de abril de mil y seiscientos y diez años.

Yo el Rey.

Por mandato del Rey Nuestro Señor,

Pedro de Ledesma.



La madre Chávez, que fue tres veces Priora, hizo mucho por la economía del Convento. Aunque, desde antes de 1641, se había acostumbrado colocar a censo perpetuo las dotes aportadas por las religiosas, al entrar al Noviciado, que variaban de 500 a 1000 pesos cada una, la madre María de Santa Lucía, no sólo cuidó de consignarlas en buenas manos y con grandes seguridades, sino que abrió una cuenta especial de todo aquello, capital y réditos, y reunió en un sólo Depósito o archivo todas las escrituras, recibos y más comprobantes de aquellas cantidades.

Fundó también aquella religiosa una Capellanía de trescientos pesos, en 12 de marzo de 1641, para una misa solemne que debía   —111→   decirse todos los jueves del año hasta la consumación de los siglos, a Jesús Sacramentado, en la iglesia del Monasterio, y, a su muerte, dejó un legado de 400 pesos para que, colocados a crédito, sostuvieran una fiesta anual en honor de Santa Catalina de Siena, el 30 de abril. Y fundó también y dotó, en sufragio de su alma, una memoria de misas que debían celebrarse, como en efecto se celebraron por mucho tiempo, todos los viernes del año, en el Altar del Santo Cristo.

El 25 de marzo de 1645 se instaló en la iglesia del Monasterio la Cofradía del Santísimo Rosario, siendo priora sor Isabel de la Purificación y Prior del Convento dominicano, fray Enrique Rosero, quien dio la autorización del caso «atendiendo a la veneración de la Santa Imagen milagrosa de Nuestra Señora, que está colocada en el altar mayor de dicho Convento», Provincial de la provincia fray Luis de Aranda (ausente entonces) y fray Pedro de Oviedo, Arzobispo, obispo de Quito, del Consejo de su Majestad, que dio su aprobación jurídica el 15 de mayo de ese mismo año.

Una religiosa que como Priora atendió magníficamente a su Convento, fue la madre Lorenza de San Basilio, quien cuidó con mucho esmero de hacer prosperar los bienes raíces del Monasterio, mediante un más minucioso y conveniente arreglo de la cuenta de capitales provenientes de las dotes de las religiosas y de los intereses. Hizo componer nuevos libros de cuentas y de su formación se encargó un hábil aritmético español, don Diego de la Higuera. Este buen señor en quien tenían gran confianza las religiosas todas, fue también gerente de esos negocios, con generosidad y sin interés alguno. Don Diego de la Higuera, administrador de las temporalidades de Santa Catalina desde el 24 de noviembre de 1656, y Síndico, además, de la Recolección de San Diego, era natural de Puertollano, en la provincia de Toledo. Sirvió a las monjitas, administrando sus rentas hasta 1660. Aún se conserva en el Archivo del Monasterio un libro de censos con el sumario de todas las escrituras públicas, muchos de los deudores por orden alfabético, fechas de pagos, etc., formado por don Diego de la Higuera «gratis y sólo por el bien de las Religiosas de Santa Catalina».

Los bienes de la Comunidad aumentaban no sólo por la buena administración sino por donaciones de personas piadosas adictas a ella. Así, por 1659, un rico vecino de Quito, don José Velázquez de Nava dio de limosna dos mil pesos: mil al Monasterio y mil para la dote de una novicia, doña María Duque de Estrada. El Depositario General de la Ciudad de Quito, don Salvador de Portalanza, donó al Convento, por escritura pública ante Juan de Arce, el 6 de noviembre de 1657, cuatro caballerías y media de tierras en Saguanche, con sólo un censo de 400 pesos en ellas, a cargó del Monasterio.

A propósito de esta hacienda, refundida después en la que hoy se conoce con el nombre de Cutuglagua, a veinte kilómetros de Quito, recordaremos que cuando aquella iba creciendo merced a las limosnas de algún buen cristiano y a los ahorros y sacrificios del Monasterio, y el cultivo, se iba haciendo difícil por falta de brazos, solicitaron las monjas al virrey del Perú, la concesión de peones. El virrey don Luis Henríquez de Guzmán les concedió, el 17 de diciembre de 1657, doce indios de los pueblos de Amaguaña, Uyumbicho y Pansaleo. El Presidente de la Real Audiencia, don Pedro Vásquez de Velasco, la puso en ejecución el 18 de enero de 1658.

Como por este tiempo, escribió su Relación del Estado eclesiástico de Quito, Diego Rodríguez Docampo docto clérigo y secretario   —[Lámina XLII]→     —[Lámina XLIII]→     —112→   del Cabildo eclesiástico, vamos a reproducir el capítulo que en aquella dedica al Convento de Santa Catalina tal como se encontraba el año de 1650. Es tanto más interesante este testimonio cuanto que Rodríguez Jocampo, actuó durante algún tiempo, por aquella época, de secretario en las informaciones canónicas, previas a la profesión de novicias, junto a la puerta seglar del Monasterio. Debió, pues, conocerla bastante. Dice así:

Convento de Santa Catalina.- Aparición de Cristo a sor Juana de la Cruz

Convento de Santa Catalina.- Aparición de Cristo a sor Juana de la Cruz

[Lámina XLII]

Convento de Santa Catalina.- El poder del Rosario

Convento de Santa Catalina.- El poder del Rosario

[Lámina XLIII]

El Convento monacal de Santa Catalina de Sena la fundó María de Silíceo, mujer que fue de Alfonso de Trova, pingüe vecino de esta ciudad73, en 14 de marzo año de 1594, sujeto al Orden de Santo Domingo.

Entró con su hacienda en compra de los sitios, adorno de iglesia, ornamentos y forma de entero el Convento, y habiendo corrido algunos años en él, pareció corto y se compró diferente sitio, donde al presente está.

Las fundadoras primeras fueron en virtud y extensión (?) ejemplar, como lo han continuado la fundadora y priora Mariana de la Encarnación y las madres San Juan y San Martín, Magdalena de San Luis, nieta de Cristóbal Colón74, San Antonino (así)75 María de Santa Lucía, Santo Domingo, Santa Ana, la Trinidad, Isabel de la Purificación, todas ya difuntas, que procedieron con atención y buen gobierno.

Solamente ha quedado viva Isabel de Santiago, Priora dos veces, de gran gobierno y virtudes, que por haber cegado de los ojos, no ha sido reelecta otras veces, si bien sin consejos y advertencias son importantes en su comunidad.

Y otras doce hermanas legas, muy observantes en la religión a donde al presente viven hasta 60 monjas de coro y velo, y 25 legas y 15 niñas pobres que se crían para monjas, hábiles y de buenas voces para el canto del coro, que se celebra en veneración del culto divino.

Su Majestad hizo merced a este convento para su edificio de dos mil pesos, y fuera de estos, ninguna persona caudalosa ha acudido a su necesidad, siendo, como es, religioso monasterio.

La renta que ha obtenido de la renta de monjas antiguas, fueron en moneda de plata corriente, que por tener ley, se quitó y consumió, reduciendo su valor a reales, buena moneda; y más la baja de catorce a veinte el millar en los censos, con que se vino a perder más de la tercera parte de dichas rentas.

Además varias fincas y censuatarios quebraron, con la cual ha quedado en más poca renta el sustento de la comunidad, a que   —113→   no alcanza ni con los frutos de una estancia y tierras que tienen en el valle de Caguanche.

Y sin embargo de esta pobreza, han acudido y acuden estas religiosas en su Comunidad al Culto divino y festividades de sus patronos y Santos y a las universales de la Santa Iglesia, con todo cuidado, música devoción, mirando siempre a los votos de su profesión.

Y siguiendo el ejemplo de las Prioras ya antecedentes, la que al presente lo es, doña Lorenza de San Basilio, capaz persona para el gobierno de su religión76; y aunque están en la necesidad ya propuesta y sin iglesia conveniente en su edificio y oficinas, acuden de ordinario, como es notorio, a lo que deben.

La Real Majestad, como patrono de los Conventos, se servirá de socorrer a esta pobre religión.

Digna es esta religión que nuestro Rey y Señor la fortalezca y ampare, como patrono suyo, por cuyas oraciones y sacrificios conseguirá Su Majestad de la Divina la vida y victorias que sus vasallos desean.

Hay al presente en este Monasterio monjas bienaventuradas a quien se digne Nuestro Señor llevar adelante en su fervorosa contemplación, como son la ya dicha Isabel de Santiago, de las primeras que entraron a este Convento, criolla de la villa de San Miguel de Ibarra; doña Ana de San Pablo, natural de la ciudad de Guayaquil, hija de personas principales; tomó el hábito de tierna edad, ha ido creciendo en virtud y observancia de su religión y fue Priora e hizo dejación de su oficio por sentirse inquieta fuera del centro de la oración, que tanto y bien ejercita.

Doña Ana de San Jerónimo, criolla de esta ciudad, hija y nieta de personas principales, ha mostrado siempre afectos de amor de Dios despreciando los del mundo.

Doña Catalina de San Leandro, natural de esta ciudad, hija de muy principales personas, ha procedido con gran virtud, procurando su salvación, sin hacer caso de lo que pudo lucir en este mundo.

Doña Leonor de Santa Cecilia, natural de Cartago, gobernación de Popayán, religiosa virtuosa.

Doña Antonia de Jesús, criolla, que al presente es superiora77, natural de esta ciudad, devota y virtuosa.

Doña Isabel de Santa Teresa, natural de la ciudad de Pasto, virtuosa.

Doña Luisa de Buenaventura, natural de esta ciudad, hija de padres nobles, que desde su tierna edad recibió el hábito.

Doña Manuela de la Asunción, mujer principal, madre del deán doctor don Álvaro de Cevallos Bohorques. Entró en la religión luego que murió su marido, trajo consigo dos hijas pequeñas, que   —114→   son monjas profesas, llamadas Marcela de San Miguel y Juana de la Cruz, virtuosas.

María de los Ángeles ha sido priora estimada de su comunidad.

María de Santo Tomás, hija de la fundadora, ejemplar religiosa. Lorenzo de San Jacinto, hija de padres nobles, maestra de novicias, muy dada a la oración.

Doña Ana de San Fulgencio, religiosa ejemplar.

Doña María de San Carlos, principal monja y de virtud. María de San Agustín, cuidadora del culto divino con esmero y demostración, es muy virtuosa.

Doña Úrsula de Córdova, monja noble, virtuosa y antigua religiosa78.

Hay otras muchas religiosas recién profesas y novicias que acuden con amor a cumplir con la regla de su profesión.

La iglesia es de adobes de tierra, edificio antiguo. El altar mayor está adornado con imágenes de bulto y pincel Sagrario del Santísimo Sacramento y un altar del Santo Crucifijo, muy devoto, en el cual todos los viernes se dice la misa cantada de la Pasión breve con solemnidad.

Hay otros dos altares, el uno de Santa Cristina, con reliquias magnas de esta Santa, que trajo el maestro fray Marcos Flores con Bula de Su Santidad, y el otro el del bienaventurado San José. La Sacristía es pobre y de ornamentos de poca estimación y valor.

Hay coro alto y bajo, órgano y otros instrumentos músicos donde se celebran sus festividades y fiestas ordinarias.

El sitio del convento es bastante para las oficinas, refectorio, noviciado, enfermería y celdas particulares, que se van edificando de tiempo a tiempo, por falta de dineros y demás materiales; y con toda esta pobreza se ha acabado un retablo grande para el altar mayor, que se está colocando, curioso y bien labrado, a costa de limosnas de las monjas y en particular de la religiosa María de San Agustín.

Están sujetos desde su fundación al orden de Santo Domingo79.