Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

**
*

Al principiar el último tercio del siglo XIX, el Presidente García Moreno se interesó para que vinieran de Italia algunos religiosos de la misma Orden Dominicana a restablecer la disciplina monástica, venida a menos en el Convento quiteño. Pero estos religiosos, si hicieron mucho para realizar el objeto para el cual vinieron enviados, ocasionaron muchísimos perjuicios cuando se propusieron reformar también la fábrica del monasterio. Principiaron por despojar al claustro principal de su riquísimo friso de azulejos sevillanos y de las molduras talladas que enmarcaban los cuadros de la vida de Santo Domingo; siguieron desnudando los muros de la iglesia de su revestimiento de madera tallada, dorada y pintada, eliminando su púlpito barroco y echando abajo el admirable coro, rico, como el que más, de preciosas tallas de madera y concluyeron destrozando los muros de sus capillas laterales, la organización del ábside y la sacristía, hasta quitar todo el carácter de la fábrica planeada por el ingenio artístico de Becerra en el siglo XVI.

Sólo escapó la capilla del Rosario.

Cuando el 16 de noviembre de 1874, acatando el Decreto por el arzobispo de Quito, el 12 de octubre del mismo año, se reunieron en el Camarín de la capilla el Comisionado por la Curia Arquidiocesana, doctor Mariano Baca y Torres, el padre prior fray Vicente Nardini, los Síndicos de la Cofradía doctores Manuel Bustamante y Manuel Vaca Martínez, y procedieron a la entrega de todas las pertenencias de la Cofradía al padre fray Antonino Carlí, designado para la recepción por el padre visitador fray Pedro Moro, la Capilla del Rosario se hallaba en el estado que vamos a describir, a fin de que se compare con el actual en que se encuentra y lo hemos ya descrito.

En el retablo mayor, el Sagrario estaba cubierto de espejos con molduras de plata y llevaba una cenefa con tres angelitos y un arco con otros cuatro angelitos sobre repisas clavadas en dicho   —34→   arco. Este arco, lo mismo que la cenefa y los angelitos eran de plata. Dos de estos ángeles tenían los rostros y los brazos encarnados y llevaban en sus manos, incensarios. Otros dos, de madera y vestidos de oropel, con alas y guirnaldas de plata se hallaban colocados a los lados de la custodia.

El nicho de la Virgen llevaba el mismo arco de madera que conserva hasta ahora, enchapado de plata y, sobrepuestos, los quince misterios del rosario en plata dorada, y, al pie, una rejilla de ocho piezas, siete candilejas y una cenefa muy bien labrada: todo de plata. Completaban la decoración de este arco, cuatro ángeles de madera sobre las correspondientes repisas, que hoy se encuentran sin ellos. En la parte interior del nicho se hallaban siete espejos encamonados con molduras de plata y en el fondo, dos puertas de cristal con seis grandes lunas en sus bastidores de madera, resguardadas, a su vez, por otras dos puertas de madera forradas de lienzo y pintadas. Dentro de aquel nicho estaba la imagen de la Virgen del Rosario sobre su pedestal de plata, teniendo a sus pies una media luna de plata y la espada, obsequiada por el Presidente García Moreno con la inscripción del triunfo de Jambelí. Seis angelitos de madera, con alas y guirnaldas de plata, sostenían en sus manos un gran rosario de oro.

El nicho de la Santísima Trinidad estaba más o menos, como se encuentra ahora, con su arco de plata sobre pilares de lo mismo y una cenefa también de plata. Falta, sí, la lámina de jaspe con la Inmaculada Concepción que, con hermosa moldura, un lazo y un cerco de plata, se hallaba al pie de aquel nicho.

A los extremos del nicho de la Virgen, a uno y a otro lado, se hallaban las mismas estatuas de Santo Domingo y San Francisco con sus diademas de plata, que vemos ahora; en la parte superior, cuatro ángeles de madera y dos niños desnudos y, en el remate del nicho, un cordero.

En todo el retablo mayor se contaban treinta y dos espejos, de diversos tamaños.

El altar y el retablo de la derecha del presbiterio, junto a la capilla mayor, estaba consagrado a la Virgen de los Dolores, cuya imagen con cerco, corazón y daga de plata dorada, ocupaba el nicho principal del retablo, en cuya parte exterior estaba clavado un relicario de plata con copete.

En la parte inferior y media del dintel del nicho una lámina de Nuestra Señora de Dolores, en marco de plata, con cuatro cantoneras y cuatro serafines dorados y a los extremos, cuatro cuadritos: uno del Señor, otro de la Virgen, otro de la Magdalena y el último de Santa María Egipciaca. Sobre el nicho había tres cuadritos romanos representando a Santa Ana, San José y San Vicente Ferrer y al pie de este último, un Agnus Dei en su relicario. En el retablo se encontraba también un cuadro romano del Descendimiento y cuatro espejos de a tercia de vara.

El altar y retablo de la izquierda del presbiterio estaba consagrado a San José, cuya imagen se encontraba en el nicho central, con corona de seis imperiales, azucena con cuatro canutos y dos flores, todo de plata y el Niño conocido con el nombre de «El enfermero», con sus potencias de plata. Como el retablo anterior, en éste se veían tres cuadritos romanos en marcos de cristal y sobrepuestos de metal, ornamentando la parte superior del nicho; otros cuatro, también romanos, representando a la Virgen de Dolores, a María Santísima, a San Buenaventura y a San Pedro, en la parte inferior del retablo, bajo el nicho y cuatro espejitos de a tercia de vara en el cuerpo del retablo.

  —35→  

En la parte baja de la capilla se encontraban los altares y retablos consagrados entonces a San Joaquín, y a Santa Ana; de los cuales, hoy, el uno se halla dedicado a San José y el otro ha sido eliminado para dar lugar a la puerta de entrada a la nueva capilla de la Virgen de la Escalera.

La capilla tenía en ese tiempo seis arañas de cristal: una grande, tres medianas y dos pequeñas, pendientes todas de cadenas de hierro. Pero además, tenía guardadas, otras dos, pequeñas, de marfil con candilejas de plata. En los muros se contaban hasta treinta cuadros pintados al óleo, además de los que representan la Magdalena y Santa Bárbara, que se hallan bajo vidrio, en las pilastras del arco triunfal.

En el recamarín de la capilla se encontraban siete grandes cómodas con tres cajones cada una, candados y varillas de hierro para su seguridad, para guardar en ellas los 15 riquísimos ornamentos de la Virgen, unos de tisú de oro, otros de terciopelo, otros de brocado de oro, otros de lama de oro y de plata, las túnicas, las tocas y la ropa interior de ricas telas; los siete ternos de brocado, tisú y raso para las misas solemnes, las 27 casullas de preciosas telas, colechas, hijuelas, palios, cíngulos, velos, capas pluviales, así como la ropa con que vestían las imágenes de San José, la Dolorosa, San Joaquín y Santa Ana. Una caja grande con tres chapas era el depósito de las magníficas alhajas que poseía la Virgen, entre las que se distinguían: las coronas de la Virgen y del Niño: la primera que llevaba los quince misterios del rosario montados en 507 diamantes y que se adornaba con 148 esmeraldas y 334 perlas de un mismo grosor y oriente y un gran aguacate pendiente de los imperiales; la segunda, con otro aguacate, 46 esmeraldas y 253 perlas.

Allí se debieron guardar también otras obras de la orfebrería quiteña: anillos, zarcillos, gargantillas que poseía y aún posee, la Virgen tan querida del pueblo quiteño y, sobre todo, el ramo que se le pone en la mano en las grandes festividades y el águila del relicario de San Juan Evangelista: el ramo con sus flores y sus hojas cubiertas de primorosas perlas, sus tembleques de esmeraldas y diamantes y sus pajaritos y mariposas formados de perlas, esmeraldas, diamantes y rubíes: ramo en el que se cuenta por centenares estas piedras preciosas y el águila enjoyada nada menos que con más de dos mil perlas y cubierta de pedrería.

**
*

A manera de capilla absidial se halla la llamada del Comulgatorio, junto al presbiterio y en el lado de la Epístola. Es una sala rectangular, larga, con techo plano de madera, tres ventanas laterales de arco apuntado que pertenecen a la Capilla de la Virgen de la Escalera, que se encuentra contigua, dos al fondo, una puerta de comunicación entre las dos capillas, otra con el coro de los religiosos y una pequeña y poco notable que conduce a la escalera hurtada de caracol que existe en el muro para llegar al coro de la Capilla del Rosario.

En la Capilla del Comulgatorio no hay sino dos cosas interesantes: los catorce Reyes de Judá, obra maestra de Gorívar que no se los ve bien, para poder apreciarlos, por su colocación disparatada   —36→   en el cielo raso de la capilla, y el curioso baldaquino doble que hace de retablo del altar de la Capilla. De los primeros hemos de tratar algún día cuando estudiemos la historia de la pintura en nuestro país y podamos examinar aquellos lienzos más de cerca. En cuanto al segundo, diremos que se compone de dos baldaquinos superpuestos: uno bajo que descansa sobre cuatro columnas salomónicas corolíticas con su tercio inferior cilíndrico, pero cubierto de hojarasca, y otro alto, superpuesto al anterior, con cuatro columnas de fuste realizado con la superposición de varios elementos decorativos, unidos, y coronados por capitel corintio. Rematan a este baldaquino cuatro aletas que, partiendo o desprendiéndose de las cuatro columnas, se juntan hacia arriba formando clave con una gran concha que confunde sus formas con las de las aletas. Debajo de esta clave y encima del segundo baldaquino, hay una urna con reliquias. La mesa del altar se halla, como era tradición de este monasterio, compuesta con un antipendium de arquería. Ésta tiene siete arcos mixtilíneos y al fondo reliquias en relicarios en forma de corazón. A los lados del altar se dejan ver dos pedazos de columnas antiguas salomónicas utilizadas como repisas para floreros. Son originales, pues se hallan envueltos con un verdadero tejido de pámpanos y uvas y no se han dorado sino pintado a colores.

En el muro de la izquierda, muy cerca del altar se halla un hermoso cuadro en magnífica moldura, representando a la Sagrada Familia y al Padre Eterno, con un sentido de composición muy original. Las figuras todas están ricamente estofadas.

Como ya lo dijimos, junta y paralelamente a esta capilla está otra dedicada a la Virgen de la Escalera, el primoroso cuadro pintado por fray Pedro Bedón. Esa capilla gótica es otro cuerpo exótico a la iglesia y del peor efecto cuando se la mira desde la capilla del Rosario. En ella no hay sino el cuadro del padre Bedón, digno de admirarse y una lápida colocada en uno de sus muros con la siguiente inscripción que interesa consignarla por la relación histórica que de la imagen hace. Dice así:

Venérase aquí la Imagen de la Santísima Virgen del Rosario de la Escalera, pintada en el muro de adobe de la grada principal de la Recoleta Dominicana en 1600 por el venerable padre maestro fray Pedro Bedón, su Fundador; transportada juntamente con la pared, en 1872, a un ángulo de la plaza de la Recoleta, en donde se le erigió una Capilla; trasladada de la pared al lienzo, sin alteración alguna y con arte maravilloso, por el católico y hábil artista quiteño don Joaquín B. Albuja, en 1909, año en que fue solemnemente conducida en triunfo al templo de Santo Domingo, por más de cincuenta mil personas, colocada, en fin, en esta Capilla en febrero de 1916.



Hay también otra lápida referente a la Capilla que dice:

1216 -1916

La Orden de Predicadores en la República del Ecuador, como testimonio perenne de su tierno amor y profundo reconocimiento a su amantísima Madre y Protectora, la Reina del Santísimo Rosario de la Escalera, le dedica y consagra esta Capilla, al conmemorar el séptimo centenario de su confirmación, solemnemente verificada, por el Sumo Pontífice Honorio III, el año de 1216. Fray Ceslao M. Moreno, Prcial., fray Tomás M. Racines, Prior, Consultores fray Alvaro Valladares L., fray Alfonso M. Moreno, subprior, fray Antonino Galindo L., Dalmacio Reyes, fray Constancio Villavicencio L.- Quito, 2 de 1916.



  —[Lámina X]→     —37→  

Convento de Santo Domingo.- Quito.- Detalle de la Capilla del Rosario

Convento de Santo Domingo.- Quito.- Detalle de la Capilla del Rosario

[Lámina X]

Sea del coro, sea de la misma iglesia hay ingreso a la Sacristía. Entrando por la iglesia se penetra a un pasadizo angosto en el que se encuentra al lado izquierdo unas antiguas cómodas talladas con tupidos adornos florales, ocupando todo el largo de ese pasadizo. Encima de ellas, y sobre toda su extensión, un largo retablo de siete nichos, separados por columnas salomónicas sobre ligero basamento. En el nicho central, que se distingue de los otros por ser de mayor tamaño, hay una interesante estatua de la Virgen, sentada en rica silla tallada y dorada, con sus vestidos de tela endurecida, y en los otros nichos las figurillas de una Virgen, de un santo dominicano, de unos angelitos bajo baldaquino y de dos imágenes del Niño Dios. Luego, bajando unos escalones, nos encontramos ya en la sacristía, pobre habitación rectangular con techumbre de madera muy sencilla y en la cual lo único digno de atención, aparte de un par de telas en sus muros, son las cómodas en que se guardan los ornamentos sagrados, decoradas con una serie de cuadros representando varios santos y santas de la Orden Dominicana, dentro de aparatosas molduras, unidas entre sí para constituir un solo y rico adorno de todo el mueble. Sobre las cómodas hay una serie de cajoncitos y sobre ellos se levantan las columnas geminadas que con un entablamento, un frontón interrumpido, unas cartelas y unos remates lanceolados, forman las molduras de aquellos cuadros. Quizás cuando estos muebles se hallaban en la antigua sacristía, decoraban y completaban todos sus muros. Hoy se hallan cortados y divididos en cuatro partes: las tres que vemos en la sacristía y la una que se encuentra en el pasadizo entre ella y la iglesia. Restos de las cómodas se hallan también en el recamarín de la Virgen.

Ahora examinemos y describamos el Convento.

Entrando la portería del Convento, dedicada hoy día a la devoción de San Vicente Ferrer, como lo demuestra su imagen y la pintura de sus muros, ejecutada por el hermano Mideros, de la Orden Dominicana, se tiene a la izquierda una capilla consagrada hoy a Santa Rosa y que antes, era la Capilla de los Naturales a que hace alusión Rodríguez de Ocampo y consta así en el plano de Quito de Antonio de Ulloa.

El claustro principal del Convento se desarrolla como el franciscano, alrededor de un patio cuadrangular, cuyos tres lados tienen 36 metros y unos 34, con doble galería porticada sobrepuesta, con once arcos por cada lado, apoyados en cuatro machones esquineros y ocho arcos de descarga, entre los machones y los muros interiores de los claustros. La arquería, así de la galería alta como de la baja, se asienta sobre pilastras ochavadas de módulo reducido, apoyadas las de la galería baja sobre un pretil de piedras sillares que rodea todo el patio, dejando solamente cuatro entradas en sus ejes, para su ingreso al jardín; y las de la galería superior sobre la cornisa de la inferior. El pretil de aquella es, además, de ladrillo, con podio sin adorno ni moldura alguna. Esto nos indica a las claras que se trató de cerrar esa galería con balaustres como la franciscana; pues, si se la hubiera trazado con pretil, las pilastras habrían descansado sobre él, como en la galería inferior, además de que habría tenido forma artística en su organización. Los arcos de la galería inferior son de medio punto y las de la galería superior, algo escasanos; pero ambos llevan su trasdós acusado con un ladrillo saliente, moldurado a imitación, sin duda alguna, de lo que vemos en los claustros franciscanos de Quito, y, además, baquetones,   —38→   también moldurados, que saliendo del eje de cada pilastra llegan hasta las cornisas, formando alfiz a los arcos. El material usado es la piedra, para todo, menos para los arcos y los muros, que son de ladrillo. Los arcos de descarga se apoyan sobre ménsulas del tipo franciscano y que, como ya lo hemos dicho alguna vez, viene a ser característico en toda nuestra arquitectura religiosa.

Al centro del gran patio, hay una fuente octogonal con dos conchas o tazas agallonadas y una cruz de planta cruciforme, hueca, de cuyos cuatro brazos brota el agua, lo mismo que de su cabecera.

Conserva tres de los cuatro retablos esquineros del claustro bajo. El cuarto, si lo hubo, ha desaparecido y hoy ocupa su lugar uno dedicado a San Pedro, y hecho de elementos aprovechados, sin duda, de los despojos del antiguo revestimiento de la iglesia, de elementos análogos. De retazos se han hecho también el retablo de la escalera principal y el que dedicado a San Vicente Ferrer se halla colocado en el corredor oriental del claustro bajo.

Dos de aquellos retablos esquineros son idénticos y por rara casualidad se hallan en sus nichos las estatuas, también idénticas, de San Juan Bautista. El uno se halla en la esquina derecha del claustro al entrar por la portería y el otro junto a la puerta de la sacristía. Se componen de un nicho central de planta piramidal colocado encima de un gran mensulón semicircular, agallonado, como una concha, flanqueado de cuatro columnas cilíndricas decoradas con un ángel en el medio inferior de su fuste y con uvas y hojas estilizadas en el medio superior y asentadas sobre cuatro ménsulas con palmetas. Entre las columnas, dos cuadritos de santas dominicanas en sus respectivas molduras sobre repisas. Sobre las columnas, un hermoso entablamento con cornisa volada, dos remates a los lados y en el centro un cuadro de otra santa dominicana entre dos estípites, con aletas a los flancos y un remate triangular.

A la izquierda de la entrada al Convento, se halla el otro retablo esquinero consagrado al culto de Santo Tomás de Aquino, en el representado sobre una tela, de cuerpo entero y de tamaño algo menor que el natural. Como los retablos anteriores, éste se desprende de una mesa de altar de ladrillo forrada de tabla, flanqueada de dos graciosos embutidos de querubines a manera de cariátides que sostienen una repisa con volutas con la una mano, mientras la otra tiene junto a la línea en que su cuerpo se une al ramo de flores de su estípite. Sobre la mesa, a manera de basamento, hay dos bases cúbicas decoradas en sus tres caras y unidas entre sí por un friso moldurado magníficamente. Encima, dos columnas cuyo fuste son graciosos atlantes embutidos, en ademán de sostener el capitel corintio en que terminan. Sobre ellas, un entablamento primoroso y rico con su gran cornisa quebrada en dos partes, dejando así una sección de ella, la de la mitad, en segundo plano, y, luego, un frontón curvo con dos aletas a los flancos, y en su clave una cabeza de querubín. Enmedio de este gran retablo, el cuadro de Santo Tomás, muy hermoso e interesante con las alas formadas de inscripciones escritas en letras capitales doradas. En la parte superior, el Espíritu Santo, también con parecidas inscripciones en los rayos de su nimbo. A los flancos del retablo, sirviendo de fondo, unas tablas recortadas con extraña decoración.

En la última de las cuatro esquinas del claustro bajo, junto a la entrada al Noviciado, hay otro retablo, realizado, como ya lo apuntamos, de elementos aprovechados. Las columnas son exactamente iguales a las del anterior retablo; pero los embutidos se   —39→   hallan mutilados, por lo cual, para alcanzar la altura que por ese motivo les faltaba, se les ha añadido torpemente otro motivo extraño, sobreponiéndolo sin conexión, siquiera aparente, con el resto del fuste. El entablamento colocado sobre estas columnas es adefesioso. No así las bases que se desprenden desde el suelo para sostener este retablo. Consisten éstas en un conjunto de tres angelitos embutidos sosteniendo un cojinete con volutas: el del centro con ambas manos, y los de los costados, con la cabeza y una sola de sus manos. El motivo es interesante y el conjunto de estas basas, de lo más nuevo y curioso.

También el retablo de San Vicente se halla compuesto con elementos varios de otros retablos y hecho a remiendos. Se compone de dos hermosas columnas salomónicas corolíticas con preciosa cornisa que sube de las impostas, formando tres lóbulos, cuyas superficies interiores se han decorado con rejillas y hojarasca estilizadas. El antipendium de tabla sobrepuesta a la madera, es muy hermoso.

Sobre los muros de este claustro se hallaba una galería de cuadros con pasos diversos de la vida de Santo Domingo, unidos por un molduraje continuo, a la manera de la galería de San Agustín y de la que también tenía el Convento de la Merced; además, el muro bajo de esa galería estaba cubierta con azulejos, formando un alto zócalo, traídos de Sevilla por los antiguos religiosos. Nada de esto se ve hoy día. Hace cosa de medio siglo se desprendieron los cuadros de aquellas hermosas molduras, se despedazaron sus tallados y se arrancaron los riquísimos azulejos, destruyendo así toda una maravilla artística, lujo de este Convento y echando a rodar una fortuna de millones con incomprensión inaudita. Y ¿para qué? Para que hoy se muestren los muros de aquel cenobio, escuetos y fríos, con tres cuadros de fines del siglo XVIII, sin siquiera una moldura decente, como viva muestra del atentado contra la cultura cometida hace poco. Esas telas que representan pasajes de la vida del fundador de la Orden, son obra de Francisco Alban y una de ellas está firmada y lleva el año de su ejecución, 1798. Otra representa a Cristo airado, disparando rayos de cólera sobre el mundo allí figurado por medio de una gran semiesfera, en la cual se hallan simbolizados los siete pecados capitales en admirables miniaturas. A Cristo le acompañan un ángel y su Madre, la Virgen María abogando, con Santo Domingo y San Francisco, que se encuentran junto al mundo, por los pecadores de esta tierra.

Encastrado en uno de sus muros se halla también un hermoso bajo relieve en piedra, que representa a San Pedro Mártir, con un cuchillo prendido en la cabeza, una palma con tres coronas en la mano derecha y un libro en la izquierda. Lleva la fecha al pie en esta forma B 1651 AÑOS: obra primorosa de valor inestimable para nuestra historia de la escultura, pues es de lo más antiguo que tenemos fechado en escultura en piedra.

La escalera principal que del claustro bajo conduce al alto del Convento, está situada en el corredor mismo de la portería y muy cerca de la esquina de ese claustro. Antes coincidía esa escalera de servicio con la puerta de entrada a la iglesia, que se encontraba precisamente en el sitio mismo que hoy se halla el retablo, que entonces ocupaba la otra pared de aquella esquina, guardando así simetría con el retablo del otro ángulo, dedicado a Santo Tomás de Aquino. Aún se alcanzan a ver las huellas del vano obturado, pues el retablo no logra cubrirlas completamente.

La escalera tiene tres tramos y dos descansillos: el primer   —40→   tramo de doce escalones y los otros dos, de nueve. Está encerrada en el muro dentro de una caja rectangular y se hallan cubiertos los tramos con bóveda de cañón y los descansillos con bóveda baída, cuya clave se ha adornado con un escudo nobiliario dentro de un gran rosetón tallado y dorado. En el primer descansillo se ha colocado un retablo hecho también a remiendos y a pedazos, de lo que queda de otros destruidos. La mesa del altar tiene un frontal remendado, pero completo, entre cuatro estípites aprovechados a los que se les ha aplicado encima una moldura como capitel. De esta mesa o estilobato se levantan dos columnas cortas que, para llevarlas a la altura que se necesitaba, se ha añadido un cubo sobre la basa. El fuste de estas columnas tiene una bien tupida decoración lineal, con su tercio inferior más decorado todavía. Además, este es íntegramente dorado, mientras el resto tiene azul el fuste y dorada solamente la talla. El frontón colocado sobre su entablamento es doble: triangular y curvilíneo; pero ambos se interrumpen para dar valor a un escudo redondo que lleva como remate, con tres querubines en su torno, el Espíritu Santo, pintado en el centro. A los lados del retablo y pegados al muro, hay dos aletas labradas en tabla recortada. El cuadro que contiene este retablo es muy hermoso y representa la aparición de la Virgen a un humilde lego dominicano al que le entrega un cuadro de Santo Domingo pintado en el cielo, en presencia de la Magdalena y Santa Catalina. El cuadro lleva esta inscripción: «Se sisó y refacsionó este lienzo en 12 de junio de 1795 por un» (aquí se interrumpe la inscripción por un remiendo que la oculta).

El claustro y la galería superiores son casi una repetición de las formas constructivas de los inferiores, con sólo la diferencia ya anotada, de que sus pilastras son más cortas, los arcos escasanos y la arquería, apoyándose sobre machones de piedra y arcos de descarga sobre ménsulas encastradas en los muros, iguales a los de la galería baja, no se asienta sobre un pretil, sino directamente sobre la cornisa. Como el claustro bajo, el alto se halla destruido en su techumbre; una de sus alas no tiene ni siquiera el maderamen de ella, dejando ver las corrientes sobre las que se asienta el tejado; las otras sí tienen cubierta nueva y una de ellas se ha cerrado para aumentar el servicio de los religiosos. Antes, su techumbre era completa y en los cuatro ángulos la cubierta era de lda, como lo demuestran los restos de una de ellas que aún se alcanza a ver en uno de sus ángulos y la cubierta íntegra que se ve cuando, al acabar de subir la escalera principal, se llega al claustro superior. Sus muros estaban antes decorados con graciosas pinturas, según se ve por lo que se ha descubierto raspando el enjalbegado, ornamentando la puerta de una de las celdas: unos ángeles de gran tamaño llevan en sus manos canastos de flores y de frutas, enmedio de una gran decoración floral estilizada.

Parece que el piso de la galería superior ha sido bajado de su antiguo nivel. Lo demuestran la altura a que quedan hoy las bases de las pilastras de la arquería y, sobre todo, los remates de las semipilastras de piedra que encuadraban la puerta lateral de la iglesia hoy cegada, que se ven sin sentido alguno atravesar el pavimento entablado del claustro, a un lado y a otro del vano por el que se penetraba al antiguo coro de la iglesia, y a cuya escalera de piedra de nueve escalones, se ha tenido que añadir dos más de madera para su fácil acceso. Esta parte simula hoy un cuarto abovedado con cañón, con una puerta para salir a la azotea que corre junto a las ventanas del muro superior de la iglesia y   —[Lámina XI]→     —41→   por la cual se asciende a la torre. Precisamente, la parte alta de esta azotea inmediata al segundo cuerpo de la torre, se halla forrada de azulejos, de aquellos que formaban el precioso y rico zócalo del claustro bajo principal. Allí se los ha echado al desgaire y así se los ve con tristeza profunda, en inaudito desorden confundidos, ladrillos en que están representados cabezas de ángeles, querubines, frailes, santos y santas dominicanas, con ladrillos en que se han pintado cenefas, espirales, rombos, cuadrados, rosetones, estrellas y mil motivos complejos que, ordenados, formaban los paneles de ese peregrino zócalo. Muchos de esos ladrillos se hallan ya totalmente perdidos; pero aún hay algunos que pudieran salvarse y ser conservados como recuerdo histórico y objetos de museo. No hay que olvidar que son españoles, sevillanos, aunque fuesen del siglo XVII en que vino la decadencia de la cerámica española, que en el XV tuvo su máximo esplendor.

Iglesia de Santo Domingo.- Quito.- Detalle de la Capilla del Rosario

Iglesia de Santo Domingo.- Quito.- Detalle de la Capilla del Rosario

[Lámina XI]

En los muros de este claustro no hay nada que los decore. Apenas si por allá se ve un Cristo en la Cruz, pintura mediocre de ningún interés. Pero en la salita de lectura hay un cuadro lleno de atractivo. En él se ha representado a la Virgen con una azucena en la mano derecha y el Niño Dios en la izquierda, abrazado de su cruz. Se hallan vestidos con unas túnicas estofadas, llenas de una decoración de motivos inconexos que parecen joyas de orfebrería. A su alrededor tienen cuatro ángeles con rosarios colgantes de sus manos, y querubines arriba y como escabel de sus pies; en los extremos inferiores, las medias figuras de Santo Domingo y San Francisco y, como detalle curioso, dos figuras chicas, representando las almas que se refugian entre los pliegues del manto de la Virgen. El cuadro tiene un carácter lleno de interés.

Del claustro alto se puede bajar por la escalera que llega hasta la puerta del Noviciado, con pilastras decoradas con una gruesa trenza tallada, un friso con gran ornato floral y, en la mitad, el escudo de la Orden y otros dos motivos inconexos, pedazos de capitel corintio, añadidos en sus extremos para completar ese friso. Se ve que toda esta composición del adorno del vano es hecha con elementos aprovechados.

Pero antes de penetrar al Noviciado, tomemos la dirección que señala una puerta de entrada abierta en la misma esquina del claustro bajo, por la que se desvía al Noviciado, y veamos la Sala De Profundis y el refectorio del Convento. Siguiendo aquella dirección, nos encontramos con un pasadizo oscuro que une el primer claustro con el segundo, destinado mucho tiempo al Colegio Apostólico de San Pedro Pascual, cuya inscripción aún se conserva encima de una puerta abierta al fondo de este pasadizo. A la izquierda se ven dos columnas de piedra que apean un arco semicircular y forman un vano de penetración al segundo claustro. Frente a ese vano se halla otro mayor y de mejor aspecto que nos invita a entrar a la Sala De Profundis. Este vano se compone de dos macizos y voluminosos pies derechos sobre cuyas impostas se ha trazado un hermoso arco semicircular, magníficamente adornada su rosca con preciosa moldura, en la cual se halla esta inscripción EDENT PAVRES ET SATVRABVNTVR ET LAVDABVNT DOMINVM QVI REQVIRVNT EVM. A un lado y a otro, sobre los muros, se hallan pintadas las imágenes de San Francisco y Santo Domingo: el primero con alas de ángel en sus espaldas, gran trompeta en la mano y el mundo al pie; el segundo con un estandarte en la mano y un tambor con otros símbolos de combate a sus plantas. Dos angelitos decoran también la parte superior del arco.   —42→   Debajo de Santo Domingo, en el panel del muro que queda al flanco derecho de la entrada, se halla un gran retrato del Conde de Chinchón: todo medio destruido por haber estado durante mucho tiempo esta decoración, como las demás que revestía el claustro superior principal del Convento y la Sala De Profundis, oculta bajo espesas capas de cal, con la cual se había enjalbegado el edificio. El arco conserva un poco de la pintura gris oscura con la que se le había decorado, realzando algunas partes de su rica moldura con oro. La sala es alargada, cuadrangular, y si hoy en su muro del pie se han abierto una puerta y dos ventanillas, antes, en sus primitivos tiempos, sólo tenía una puerta pequeña para ingresar a un patio, que debió ser durante algún tiempo uno de los huertos del convento junto a la cocina, y la de entrada al refectorio. La sala estaba pintada, como la entrada, con una gran decoración en sus muros: en uno de ellos se ve un verdadero cuadro mural inmenso que recuerda el pasaje de Jonás, cuando habiendo naufragado, la ballena que lo recogió tres días y tres noches en su vientre, lo arrojó en la playa para que fuese a predicar a los ninivitas. En el cuadro se ven muy bien la figura del profeta, la de la ballena, algo mutilada, la ciudad de Nínive, pintada en el lienzo derecho de la sala, y un poco, muy poco, de la embarcación que ocupaba la parte central de aquel muro: unos mástiles, unas velas y una media figura. Los dos muros largos de la sala han sido distribuidos en paneles para decorarlos con buen sentido, y con una decoración lineal y floral. Como el muro de la derecha tenía una puerta y dos ventanas de reja, y el de la izquierda o de la entrada, sólo una puerta, se pintaron sobre esta dos ventanas de reja imitando a la verdadera del otro muro y, como la puerta de este fuera adintelada y la del otro, de medio punto, se imitó sobre aquella un gran arco semicircular para observar una perfecta simetría en la presentación de la sala. Cada muro, pues, tiene a partir de las puertas hacia el testero, dos vanos y tres macizos. A los vanos se les ha embellecido pintándoles en su derredor una decoración de columnas con motivos lineales llenos de volutas, festoneados y floroneados, como se trataba a los muebles en el siglo XVII. Hay columnas cilíndricas; pero hay también pilastras decoradas con vistosos trenzados y unas y otras, ahogadas enmedio de mil líneas curvas ligadas y enlazadas con calenturienta fantasía. Los macizos llevan una decoración más de viñeta antigua: se diría imitada, inspirada o copiada de las láminas grabadas en los libros de lujo de los siglos XVI y XVII. Llevan en su parte superior una especie de guardamalletas, como recortes de tela colgantes y borlas en sus extremos. Además, en aquellos colgantes se han pintado casas y palacios. El centro de estos paneles parece que se lo ha dejado vacío para llenarlo con cuadros religiosos. En la pared inferior de todos estos muros corría un grande y ancho zócalo, bajo una cenefa de dibujo sencillo como moldura de baquetones apenas decorada con ovos mal hechos. El color predominante en esta pintura es el amarillo, a excepción del zócalo que es rojizo. De este no hay señal por la cual pudiera colegirse sus labores. Al fondo, en la pared del testero, está la solemne puerta de entrada al refectorio: toda de piedra. Se compone de dos pilastras sencillas y llanas con entablamento y, entre ellas, un arco de medio punto sobre impostas, con su clave adornada con el escudo de la Orden Dominicana. Alrededor de la sala; podios de ladrillos. La techumbre de esta sala no es la primitiva: esta era más alta y quizás artesonada. La actual es tan baja que llega a cortar una buena parte del trasdós del arco de la puerta de entrada y se apoya   —43→   sobre la cornisa de la del refectorio. A un lado y a otro de esta se hallan pintadas las imágenes de San Martín y San Diego.

El refectorio es una inmensa sala también alargada y rectangular de 33 metros de largo por 7 de ancho, de aparejo de ladrillo, sustentada sobre formidables machones de piedra. Recibe luz por cinco ventanas laterales y dos abiertas en el testero, y está cubierta con un precioso artesonado piramidal con faldones a los lados, que descansa sobre un gran almarbate moldurado, pintado y dorado. El paño central lleva una decoración aplicada lineal de grandes figuras estrelladas con centros redondos, de los que penden piñas y 23 octógonos alargados, en dos hileras paralelas, al eje de la sala, con telas pintadas que representan pasajes de la vida de Santa Catalina de Sena. Todas las partes internas de las figuras llevan decoración floral a todo color y en tono bajo. Los faldones se componen de 54 telas pintadas con imágenes de mártires de la Orden, entre molduras. Lástima grande que muchas de estas telas se hallen retocadas o más bien repintadas; pues, a juzgar por las que no lo han sido, son cuadros magníficos y de gran interés. Sea como fuere, el artesonado o techumbre del refectorio es de una gran nobleza. Antes tenía en la pared derecha la tribuna para el lector: hoy, eliminado ese detalle, se ha colocado un pulpitillo de forma cúbica con ricos tallados a paneles, enmedio de la sala. Al fondo de ella está una de las joyas pictóricas del Convento: la Virgen de las flores: una imagen primorosa de María con su Divino Hijo en un ancho marco de flores y encuadrada la tela en una moldura de adecuada riqueza para tan bello lienzo.

Encima de la puerta del refectorio se encuentran las siguientes inscripciones:

TIENE LA RELIGION DE PREDICADORES TRECIENTOS
MARTIRES INQUISIDORES.

ACABO ESTA OBRA SIENDO PR EL MUY REVERENDO PADRE MAESTRO FRAY
JVAN MANTILLA EN EL AÑO DE 1688 A 15 DE ENERO



El tercer claustro del Convento pertenece al Noviciado. Fue construido por el arquitecto Juan Pablo Sanz en 1875 y es de una sola planta, con todos sus vanos, así de puertas como de ventanas, con arco apuntado. Era la época de la fiebre goticista que afectó, no sólo a nosotros, sino a todo el medio continente. Se desarrolla alrededor de un gran jardín que tiene 29 x 34 metros: sus tres lados se hallan ocupados por las celdas para los novicios y el otro por dos amplios salones y la capilla, entre ellos. Sólo ésta tiene relativo interés por los vestigios que contiene de la antigua riqueza artística de la iglesia, antes que por su arquitectura, ya que no es sino un simple salón rectangular de 14 x 7 metros, con tres ventanas y una puerta que dan hacia el corredor. Al pie, se han abierto, en el muro, una puerta adintelada que comunica con otra habitación y dos nichos, a los lados, con arco apuntado, en los cuales se han colocado dos simpáticas estatuillas de Santa Rosa de Lima y Santo Tomás de Aquino, envueltos ambos en amplias vestiduras de exagerado barroquismo. La cubierta de esta sala es una techumbre plana de tabla sobre nueve tirantes apoyados en zapatas sencillas y ornamentada con una multitud de motivos tallados y dorados, yuxtapuestos con cierta simetría, pues todos ellos provienen del antiguo revestimiento de la iglesia, y del destruido coro alto. Hay entre esos motivos, algunos detalles primorosos que pintan la maravilla que debió ser el templo con semejante riqueza artística.

  —44→  

Los tirantes generan nueve plafones rectangulares. Los tres primeros de la cabecera y los tres últimos se han organizado y arreglado, idénticamente, con motivos conexos indicadores a las claras que así mismo debieron hallarse colocados en el primer sitio de su destino. Los otros tres plafones centrales tienen otra decoración aprovechada y los motivos de sus paneles son de forma y factura más finas y complicadas. En el del medio, precisamente, hay un panel con el escudo de la Orden llevado por dos ángeles, todo en oro sobre fondo azul, que es una maravilla: a sus flancos, vense unos largos paneles con jarrones de flores, y otros más pequeños, cuadrados, con el sol y la luna, y, luego, a sus extremos, dos paneles, también cuadrados, con trenzados redondos unidos entre sí, formando ajedrezado. Y en los plafones laterales del central, hay unos paneles, en su mitad, con una ornamentación de conchas y de flores entre la moldura formada por dos baquetones que la dibujan en una figura caprichosa, angular y mixtilínea, terminando en sus extremos en volutas floroneadas, que son maravillas de riqueza y de tallado.

Fácilmente se echa de ver, con la más pequeña observación, que en esa techumbre se han aprovechado cuantos elementos pudieron tenerse a mano, por el desorden y la inconexión en que se los ha colocado, cortándolos a veces, y salpicando sus retazos para llenar huecos y vacíos. Así están completadas las ornamentaciones de los plafones; así se ha procedido en el adorno de los tirantes que, felizmente tienen magníficos e intactos los tallados y molduras de sus caras laterales.

Todo en esta techumbre está realzado en rojo, azul y oro; aunque, quizá el azul es añadido posteriormente, lo que nos indica que la iglesia, como la Capilla del Rosario, estaba decorada en rojo y oro.

El retablo está también compuesto de elementos aprovechados de los retablos destruidos de la antigua iglesia. Se levanta sobre dos basamentos extremos de tres altos cubos decorados y colocados uno en primer plano y los otros dos restantes, en segundo; sobre los cuales se asientan tres hermosas columnas salomónicas corolíticas y, sobre los cimacios, un frontón interrumpido para permitir cabida al arco semicircular y los adornos del nicho, en el cual se halla un cuadro de la Virgen de Pompeya. Finísima decoración adorna la arquivolta del arco y los entrepaños: entre ellos se ven dos ángeles, canastillos de flores, cabezas recortadas entre ornamento floral y ondas y serpeantes. El retablo termina con un remate tosco y pesado de volutas gruesas, un escudo redondo en su clave, y en los extremos del frontón, dos acróteras con dos niños encima. Delante del nicho hay tres gradillas.

La mesa del altar está separada del retablo y se compone de una caja o urna alargada de madera cubierta por delante con un vidrio, a través del cual se ve un Belén con las hermosas figuras de la Sagrada Familia. La urna está entre dos columnillas salomónicas y encuadrada por una gran moldura. Encima de ella, cubriéndola, está la mesa del altar sobre cuatro columnas abalaustradas, coniformes y acanaladas en los dos tercios superiores de su fuste, y con decoración lineal de octógonos con rosetones y florones. Cerrando la urna, en su cara posterior, están unas dos tablas pintadas con las imágenes de Santo Domingo y Santo Tomás, que tal vez pertenecieron al revestimiento de alguna techumbre o artesonado o al de algún friso de la iglesia.

En esta capilla se encuentra un hermoso púlpito, o más bien dicho, parte del púlpito que perteneció a la capilla del Colegio de   —[Lámina XII]→     —45→   San Fernando. Describámosla como ella se encuentra actualmente. Se compone la copa de cinco paneles con las imágenes en media talla de San Pedro Mártir, Santo Domingo, San Jacinto y Santo Tomás, encarnadas y pintadas a todo color y con sus hábitos magníficamente estofados. Esos paneles se hallan separados, entre sí, por tres figuras masculinas y dos femeninas embutidas en estípites y que hacen el papel de cariátides, con un gran penacho floral entre su cabeza y el capitel. Sobre estas figuras y los paneles corre un friso decorado con flores en la parte que queda encima de los paneles y con unas diminutas figurillas de niños entre volutas floronadas, sobre los dados de los capiteles. Sostienen la copa cinco embutidos con casco en la cabeza en ménsulas curvilíneas que, siguiendo el movimiento del asiento de la copa, terminan en volutas en el fuste. En los entrepaños del asiento, guirnaldas y querubines. Además, debajo de los embutidos que separan los paneles de la copa, hay cinco preciosos niños que en cuclillas soportan, como atlantes, unos dados sobre los que aquellos descansan. La parte del fuste que se ha conservado, tiene a su derredor cinco querubines embutidos en pequeñas volutas, en la parte superior, y otros cinco, en la inferior. El púlpito está realzado con rojo y oro.

Iglesia de Santo Domingo: Quito.- Interior de la Capilla del Rosario

Iglesia de Santo Domingo: Quito.- Interior de la Capilla del Rosario

[Lámina XII]

Los muros de la capilla se hallan íntegramente pintados con una decoración que no corresponde a la hermosura de los elementos escultóricos aprovechados para arreglarla. Ni tampoco los cuadros murales que sobre ellos se han colocado. Más pasable es la teoría de cabezas de santos de la Orden, que en pequeños medallones se han colocado a manera de friso entre las zapatas que sostienen los tirantes de la techumbre, junto con los versículos del Magníficat, escritos en letra gótica.