11
La reacción de Tito Liviano a la entrada en España de las órdenes religiosas expulsadas de Francia es recia y vigorosa, acorde en lenguaje e imagen con la información transmitida por las Efémeras. Las imágenes de la invasión aparecen en las palabras de las mensajeras de Clío: «En Coruña vi entrar una partida de hombrachos vestido de estameña [...] Al día siguiente desembarcó otra caterva de frailes [...] Mi hermana... presenció el desembarco de una porción de gandules [...] en la frontera de Irún he visto entrar una patulea sin fin de frailucos [...] Luego entran otros vestidos de blanco y canela, lucios y fornidos como mozos de cuerda [...] Mis hermanas y yo presenciamos en Barcelona la llegada de una banda de capuchinos procerosos, bien cebados y con unas barbas hasta la cintura. [...] Otra de las mensajeritas aéreas nos contó que en Tortosa dieron fondo unos benedictinos jacarandosos [...] en Cartagena habían penetrado mesnadas de agustinos-recoletos».
Después de cuatro páginas de descripciones como éstas, la Efémera más bella se despide de Tito diciéndole: «Vamos a llevar por todo el mundo las nuevas de esta plaga de insectos voraces que devastará tu tierra». En los capítulos siguientes, finales de la novela, resuena el eco de estas palabras en los pensamientos y en la preocupación del narrador, aterrado ante la insensibilidad y la imprevisión de gobernantes y gobernados, que no advertían el alcance y las consecuencias próximas y remotas de «la invasión» y «la plaga».
Don Francisco Pi y Margall, en un artículo del Nuevo Régimen (julio de 1892), había explicado las razones de los liberales para contemplar con temor esos acontecimientos. Parece conveniente reproducir aquí ese texto para mostrar cómo el sentir del personaje ficticio no distaba gran cosa del de los políticos liberales que le servían de materia cuando oficiaba de historiador-novelador.
El artículo mencionado dice así:
(Reproducido en Josep Benet: Maragall y la semana trágica, Ediciones Península, Madrid 1966, págs. 249-261.)
12
En el no. 19 de la Revista del movimiento intelectual de Europa (14 de mayo 1866), publicación en que Galdós colaboró con frecuencia, hay un artículo sin firma (y así aparecieron allí muchos de los suyos) titulado «La ciencia y las comedias de magia». Se comenta en él la relación entre aquélla y éstas: «Ha habido momentos de entusiasmo -diré-, como hace pocos años, cuando se empezó a combinar la fantasmagoría con el drama... Después de hacer constar que no cree que las aplicaciones científicas puedan destruir la literatura dramática, y de afirmar que esas aplicaciones no deben ser sino un recurso más al alcance del autor, se pregunta: -¿Dado el caso de existir la comedia de magia, que tiene un objeto especial, por qué no se ha de reformar con arreglo a los progresos de la ciencia?» (Subrayados míos) Aun no siendo de Galdós, estas líneas que debieron serle conocidas, reflejan con exactitud, lo que él hizo en Cánovas: «combinar la fantasmagoría con el drama» y reformar la comedia de magia, no con arreglo a los progresos de la ciencia, sino según las exigencias de la obra misma.
Debo el conocimiento del artículo comentado a mi amigo y colega, el profesor Lee Fontanella, a quien agradezco tan curiosa información.
Después que el golpe de Estado del general Primo de Rivera destruyera la fantasmagoría constitucional de la Restauración, y eliminara del escenario político a los hombres del Antiguo Régimen, Ramón Pérez de Ayala, en carta a Unamuno del 17 de diciembre de 1925, corroboraba lo sugerido por Galdós al utilizar la forma «comedia de magia» para declarar la sustancia de Cánovas: «Me dice usted en su carta -escribe Ayala- que los de ahora han inventado el fantasma del viejo régimen. Desde Costa, todos nosotros (incluyéndole a Usted) hemos colaborado en henchir las dimensiones aparentes de ese fantasma. Lo que estos han hecho han sido comprobar su naturaleza de fantasma. ¿Es que se puede con una espada y sin provocar un grito de dolor cercenar una cabeza, como no sea la cabeza de un fantasma? O bien que la decapitación haya sido fantasmagórica; que un nuevo fantasma ha destruido al anterior fantasma. Esto es lo probable». Y añadía: «Hay que barrer todos estos fantasmas mellizos, criaturas y creadores del caos espiritual en que nacimos, más como sombras de hombres (hombres disminuidos de universalidad y de eternidad) que como hombres realizados e idealizados». (Andrés Amorós: «Veinte cartas de Pérez de Ayala a Unamuno», Revista de la Universidad de Madrid, vol. XVIII, nos. 70 y 71, pág. 28).
Tenía razón el novelista: la fantasmagoría siguió, y harto sabido es de qué terrible manera se cumplieron las predicciones de Mariclío.
13
Francisco Ruiz Ramón: Historia del teatro español (Desde sus orígenes hasta 1900). Alianza Editorial, Madrid, 1967, p. 479.
14
G. S.. «Forma literaria y sensibilidad social en La incógnita y Realidad». Revista Hispánica Moderna, New York, XXX (1964), p. 89-107.
15
La advertencia no me parece superflua, ya que, por ejemplo, en la edición Aguilar de Obras Completas de Galdós se incluye La loca de la casa entre las novelas, y el colector dice expresamente en su nota preliminar que aquélla es una «novela dialogada» con «más intención dramática que Realidad», olvidando que Galdós, al prologarla en 1.º de enero de 1893, publicándola en la forma en que primero la escribió, la llamaba comedia, pues como tal la había dado a leer en octubre del año anterior a la compañía que más tarde, el 16 de enero de 1893, hubo de representarla en versión abreviada. Véase W. H. Shoemaker: Los prólogos de Galdós. México, 1962, p. 69.
16
José Yxart- El arte escénico en España. Vol. I. Barcelona, 1894, p. 310.
17
José León Pagano: A través de la España literaria. Vol. II. Maucci, Barcelona, s. a., 3.ª ed., p. 103. Las palabras citadas son de Galdós.
18
«Dramática trascendente» la llamaba Eduardo Gómez de Baquero (Letras e ideas, Barcelona, 1905) comentando Mariucha.
19
Preguntándose por la razón del éxito de Echegaray, juzgaba con mucho tino Manuel de la Revilla que aquélla no podía ser otra sino la audacia con que el domador, a fuerza de gritos, latigazos y tiros, somete a los leones. Así vencía Echegaray a su público: «Pásmalo con el atrevimiento de sus concepciones; lo fascina con su audacia incomparable; y acumulando en sus obras sucesos portentosos, aglomerando efectos y situaciones, llevando el ánimo de los espectadores con rapidez vertiginosa de emoción en emoción, de asombro en asombro, y deslumbrándolos en repetidos encuentros con portentosas llamaradas de genio, consigue no dejar espacio para la reflexión e impedir, por ende, que el público se haga cargo de la falsedad de todo aquel fastuosísimo aparato, sostenido en el aire y edificado con arena. Por eso, cuando el encanto se suspende, esto es, cuando el telón cae, los espectadores vuelven en sí y reconocen que han aplaudido una serie de absurdos, al modo que en el ejemplo citado, al salir el domador de la jaula, los leones reconocen que han pecado de cándidos al dejar escapar presa tan fácil y al someter su fuerza a flaqueza tanta». M. de la Revilla: Críticas. 1.ª Serie. Burgos, 1884, p. 250.
20
Azorín: «El homenaje a Echegaray» (1905). En: La farándula, 1945, Obras Completas, Vol. VII. 2.ª ed., Aguilar, Madrid, 1962, p. 1103-04.