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Beatriz de Galindo y la Marquesa de Guadalcázar e Hinojosa

Concepción Gimeno de Flaquer

Estudio dedicado a mi distinguido amigo José M. Garza Galán, digno gobernador del Estado de Coahuila

- I -

Entre las sabias modestas deben figurar estas dos ilustres españolas. En la patria de Teresa de Jesús y de Isabel la Católica, no han sido las mujeres refractarias a las ciencias y las artes.

La Universidad de Salamanca guarda los ecos de la elocuente palabra de Lucía de Medrano, como guarda la de Alcalá, los de Francisca de Nebrija. En la Catedral de Barcelona se hizo escuchar Isabel de Foxá y Roseres, asombrando después en Roma a Paulo III y a varios cardenales, cual habían asombrado a dicho Papa las cartas de la toledana Luisa Sigea, escritas en hebreo, árabe, griego y latín: esta mujer sabía tanta teología como la muy renombrada Isabel de Córdoba.

Si en un certamen que hubo en Cádiz admiró a los sabios María del Rosario de Cepeda, no causaron menos admiración en la Corte Española, las cartas latinas de Ana Cervatón, dirigidas al duque de Alba.

La marquesa de Monte Agudo, María Pacheco, la ilustre monja D.ª Teresa de Cartagena, Isabel de Vergara, Catalina de Ribera, Luisa Manríquez de Lara, Hipólita de Narváez, la sevillana Ana Caro Mallén, María Zayas y Sotomayor, tan admirada por Lope de Vega, y Sor María de Jesús, que sostuvo con Felipe IV una larga correspondencia tratando arduos asuntos de Estado, son otras tantas españolas dignas de figurar al lado de la sapientísima doctora de Ávila.

Gloria de los siglos XV y XVI fue D.ª Beatriz de Galindo, como fue gloria del siglo XVIII D.ª María Isidra Guzmán y de la Cerda, hija de los condes de Oñate, y esposa de D. Rafael Alfonso de Sousa, marqués de Guadalcázar e Hinojosa. Ambas alcanzaron el sagrado olivo de Minerva, ambas brillaron por su erudición y su virtud, siendo tan sabias como amorosas y tiernas madres.

D.ª Beatriz de Galindo, denominada la Latina, alcanzó el alto honor de ser consejera de los Reyes Católicos; la hija de los condes de Oñate obtuvo un puesto en la Academia de la lengua, y ganó en las aulas universitarias el grado de Doctora.

- II -

Cuando Salamanca era el emporio de las ciencias y las letras, denominándose muy legítimamente la Atenas española, brilló en esa ciudad, emporio del saber, D.ª Beatriz de Galindo, que se distinguía en el conocimiento de las letras humanas.

La fama de su sabiduría llegó hasta el trono de Isabel la Católica, y como la reina respetaba tanto la inteligencia, tuvo empeño en conocer a la Latina. Tratola, y al medir la extensión de sus conocimientos, la nombró maestra suya en literatura y en latín. No se envaneció D.ª Beatriz con tan honorífico nombramiento, aceptolo con la mayor humildad declarando que, era tanta su insuficiencia, como grande el deseo de llenar dignamente la noble misión que se le confiaba.

Sus altas prendas de carácter hicieron que la magnánima reina la distinguiera con su confianza; pronto la maestra fue tierna amiga de la augusta discípula. Deseando Isabel la Católica asegurar la felicidad de su favorita, casola con el muy caballeroso Sr. D. Francisco Ramírez de Madrid, secretario del rey, y uno de los héroes de la toma de Granada. Murió el esforzado artillero, batiéndose contra los sarracenos en Sierra Bermeja, dejando sumida en la mayor aflicción a Beatriz de Galindo, cuando apenas contaba veintiséis años de edad. Muchos caballeros de la Corte solicitaron su mano, la cual negó en absoluto, consagrándose al cuidado de sus hijos, al estudio de las ciencias y al servicio de los Reyes Católicos. Muerta la gran reina, que tantas pruebas de aprecio le había dado, retirose de la Corte, empleando su inteligencia y actividad, en la fundación del hospital de la Concepción o de la Latina, nombre que quiso darle el pueblo de Madrid, como cariñoso homenaje a la caritativa y sabia fundadora.

El objetivo de la existencia de esta ilustre mujer fue la práctica del bien: cuando en noviembre de 1534 dejó de existir, los pobres experimentaron una gran pérdida y ellos le formaron con sus lágrimas la mejor diadema.

La consejera de los Reyes Católicos, la sabia maestra de la gran Isabel, dejó escritos varios comentarios a Aristóteles, poesías latinas y algunos trabajos de crítica literaria. Salamanca y Madrid disputábanse la gloria de haber sido su cuna.

Saludemos con respeto el nombre de Beatriz de Galindo, doblemente coronada con la aureola de la ciencia y de la virtud. Y para honrar más la memoria de la Latina, coloquemos al lado de su perfil literario, el de D.ª María Isidra Guzmán y de la Cerda, tan sabia como buena.

- III -

La hija del conde de Oñate y de la condesa de Paredes nació en Madrid en octubre del año 1768. Al brillo de su cuna debía unirse otro más refulgente, el brillo de la gloria. Pocas mujeres han conquistado en los círculos científicos de España tantos honores como la docta D.ª María Isidra Guzmán y de la Cerda. Diez y siete años contaba solamente la distinguida madrileña, cuando fue laureada en la Universidad de Alcalá. Esta ciudad la recibió en triunfo, y cuando en el paraninfo de la universidad se le confirió el grado de Doctora en Filosofía y Letras humanas, los vítores más entusiastas resonaron en aquellos claustros, interrumpiendo momentáneamente la solemne ceremonia. Concediósele por morada el palacio episcopal, donde fueron a rendirle homenajes las más ilustradas corporaciones.

Asombrados quedaron al examinarla los sabios catedráticos Martínez Alonso, fray Tomás de San Vicente y fray Rodríguez del Cerro: la aristocrática joven demostró sus profundos conocimientos en retórica, metafísica, historia natural, astronomía, matemáticas y teología, sin ningún alarde jactancioso. Al recibir la investidura la erudita joven, desbordose el entusiasmo de la multitud, y cuando cubrió sus sienes el birrete doctoral, confundiéronse con los más estrepitosos aplausos exaltadas voces, pidiendo un puesto en la Academia para la doctora. Otorgósele por unánime votación y allí fue recibida entre los acordes de la música, el perfume de las flores y los bravos de los concurrentes a la sesión. Acuñose una moneda de plata para conmemorar el doctorado de la ilustre madrileña: dicha medalla contenía en el anverso un birrete de doctor y una corona de laurel entre cuyas hojas se leía esta inscripción: Assiduo Parta Labore; y en el reverso lo siguiente: A Exc. D. D. María Isidra de Guzmán et la Cerda. Hum. Lit. et Philos Doc. Complut Anno MDCCLXXXV.

Serenatas, repiques de campanas y diversas manifestaciones de los estudiantes demostraron a la joven doctora las simpatías que su sabiduría y su modestia se habían captado; y magníficos retratos suyos hechos por los primeros dibujantes aparecieron en todos los edificios públicos.

En 1789 casó la joven doctora con el marqués de Guadalcázar e Hinojosa; vivieron una temporada en Madrid, fijando después su residencia en Andalucía, en la bella ciudad cuna de Séneca.

Tres hijos nacieron de este matrimonio, los cuales fueron educados por la ilustre dama, la cual dejó de existir en el año 1893, siendo su muerte muy sentida por su esposo e hijos, a los que amó siempre con la mayor ternura.

Nuestro sexo debe mucho a D.ª María Isidra de Guzmán y de la Cerda, pues ella fue una de las primeras españolas que negó con gran elocuencia la incompatibilidad entre la virtud de la mujer y los estudios universitarios: ella sostuvo en un brillante discurso la tesis (algo atrevida entonces) de que la mujer virtuosa y docta, podía enseñar en una cátedra las ciencias profanas y sagradas. Ella enarboló en el siglo XVIII la bandera del progreso, pidiendo ilustración para la mujer; y lo que pidió en el pasado siglo le ha sido otorgado a nuestro sexo en el glorioso siglo XIX.

- IV -

El siglo XIX, que puede estar orgulloso de sus asombrosos inventos y de sus útiles descubrimientos, podrá vanagloriarse con justa razón de ser el siglo que más ha enaltecido a la mujer, de ser el siglo que más ha hecho en favor suyo, y el que de buen grado le ha cedido un puesto más o menos importante en el banquete universal.

Siglo de las mujeres será denominado por la historia nuestro siglo, pues aunque en él no lo hayamos alcanzado todo, se ha hecho lo más importante, que ha sido destruir absurdas preocupaciones y esparcir con prodigalidad una semilla que ha de dar hermosos frutos en épocas nada lejanas.

Instruir a la mujer es educar las generaciones venideras; esta frase se había repetido mil veces sin haberle dado aplicación: nuestro siglo la ha declarado axioma, haciendo práctico lo que solo era teoría. Si aún hay oscurantistas y retrógrados que desean a la mujer sumida en la ignorancia, pocos, muy pocos se atreven a proclamar en público tales ideas. Los retrógrados aman las tinieblas porque sus débiles pupilas no pueden soportar la luz de una alborada.

Nuestro siglo ha glorificado el trabajo, ha anatematizado la punible ociosidad de los señores feudales, y como la mujer es compañera inseparable del hombre, tiene que asociarse a este en todas las innovaciones provechosas. La mujer no puede ser en el presente siglo un ídolo mecánico adorado sistemáticamente: debe ser una diosa reverenciada por sus méritos reales. Para que el hastío no envenene las horas de la vida de la mujer, es preciso que rinda culto a la religión del trabajo, y para trabajar necesita instrucción. El siglo XIX lo ha comprendido así y por eso ha abierto para la mujer las puertas del saber, que tan herméticamente le habían cerrado otros siglos.

Bajo el nombre de «Liceo Victoria», nombre de la princesa que lo inauguró, existe en Berlín un establecimiento consagrado a la instrucción del sexo hermoso. En Liesle se ha abierto un instituto superior para las mujeres. La facultad de medicina de Montpelier concedió a principios de este siglo el título de oficial de sanidad a Mme. Castanier. En los Estados Unidos ha brillado en medicina la Srta. Blackwell. En dicho país hay seis Academias de Higiene y Fisiología dirigidas por mujeres eminentes, y muy concurridas por las obreras. La Srta. Hunt ha ganado una medalla de oro por haber curado de graves enfermedades a muchas mujeres y niños.

En 1869 el instituto de Boston recibió entre sus socios a la Srta. Jackson, que se distingue en la ciencia de Hipócrates. Suiza, Francia, Rusia e Inglaterra han repartido muchos títulos de médico entre mujeres notables en el arte de curar. La Facultad de París ha admitido en su seno a Miss. Putuam, doctora en Filadelfia.

En San Petersburgo una junta de damas ha pedido la participación de las mujeres en el profesorado para la enseñanza histórica, científica y fisiológica. Stuart Mill, el valiente defensor del derecho y del deber social, apoyó la petición de las damas, pronunciando las siguientes palabras:

«El igual acceso de los dos sexos a la cultura intelectual importa no solo a las mujeres, lo cual sería ya una recomendación suficiente, sino también a la civilización universal. Estoy profundamente convencido de que el progreso moral e intelectual del sexo masculino se halla en gran peligro de detenerse si el bello sexo no sigue su marcha».


Grandes han sido en este siglo las prerrogativas que ha empezado a disfrutar la mujer: en las oficinas del Banco de Francia se admiten mujeres, las cuales se ocupan en inutilizar billetes, en cortar cupones, etc. El Banco les da sueldos decentes que las libra de la penuria y de la desesperante aguja que acaba con la vida de la costurera sin salvarla de la miseria. Las empleadas de dicho banco comienzan ganando tres pesetas diarias pudiendo llegar a obtener cuatrocientos pesos anuales. Además el Banco ha creado una caja de ahorros para poder dar una especie de cesantía a las enfermas o ancianas que no puedan trabajar. ¡Bendito sea el progreso!

Nuestro siglo es favorable cual ninguno a la causa de la mujer: él romperá todas las cadenas de su esclavitud moral, dándole empleos que la libren del doloroso sacrificio de entregar su mano al hombre que no ama para defenderse de la miseria.

La mujer debe al siglo XIX su mayor preponderancia: los libros santos, los padres de la Iglesia, los sabios de otras épocas habían proclamado en voz muy alta la inferioridad intelectual de la mujer con relación al hombre; en nuestros días un gran anatómico de Viena acaba de demostrar que es un error esa decantada inferioridad. El doctor Brihil, que así se llama el mencionado anatómico, ha declarado que la potencia, el vigor intelectual puede ser idéntico en los dos sexos. A las mujeres no les debe sorprender la declaración del doctor, porque son múltiples las que han demostrado que la inteligencia no tiene sexo.

Nuestra época ha hecho la apoteosis de la mujer ilustrada: los estatutos de la Academia de Ciencias de París tenían excluida a la mujer de sus bancos y la muy austera Academia acaba de abrir sus puertas a Sofía Kowlenska, la hija del ilustre paleontólogo de este nombre, distinguida profesora de matemáticas en la Universidad de Estocolmo. El sabio Areópago de la Academia de Ciencias ha tenido que derogar la antigua prohibición, subyugado por los extraordinarios méritos de Sofía Kowlenska. Al entrar ella en la Academia todos sus ilustres miembros se pudieron en pie en signo de adhesión. ¡Qué triunfo para la mujer!

Se dice que esta distinguida matemática es tan modesta como bella y sabia: sus artículos publicados en el Acta Matemática»atrajeron el aplauso de los hombres científicos. La Universidad de Cutingen le dio el grado de Doctor en Filosofía, concesión que no había hecho nunca dicha universidad a ninguna mujer.