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ArribaAbajoFábula dística


A Tórtola Valencia



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ArribaAbajo    No merecías las loas vulgares
que te han escrito los peninsulares.

    Acreedora de prosas cual doblones
y del patricio verso de Lugones.

    En el morado foro episcopal  5
eres el Árbol del bien y del mal.

    Piensan las señoritas al mirarte:
con virtud no se va a ninguna parte.
—132→

    Monseñor, encargado de la Mitra,
apostató con la Danza de Anitra.  10

    Foscos mílites revolucionarios
truecan espada por escapularios.

    Aletargándose en la melodía
de tu imperecedera teogonía.

    Tu filarmónico Danubio baña  15
el colgante jardín de la patraña.

    La estolidez enreda sus hablillas
cabe tus pitagóricas rodillas.

    En el horror voluble del incienso
se momifica tu rostro suspenso.  20

    Mas de la momia empieza a trascender
sanguinolento aviso de mujer.

    Y vives la única vida segura:
la de Eva montada en la razón pura.

    Tu rotación de ménade aniquila  25
la zurda ciencia, que cabe en tu axila.

    En la honda noche del enigma ingrato
se enciende, como un iris, tu boato.

    Te riegas cálida, como los vinos,
sobre los extraviados peregrinos.  30

    La pobre carne, frente a ti, se alza
como brincó de los dedos divinos:
religiosa, frenética y descalza.

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ArribaAbajoHormigas


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ArribaAbajo    A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.  5
    Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.  10
    Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
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cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,  15
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
en una turbia fecha de cierzo gemebundo
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,  20
a droga y a responso, a pábilo y a cera.
    Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.  25
    Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.

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ArribaAbajoLa niña del retrato

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ArribaAbajo    Delinquiría
de leso corazón
si no anegara con mi idolatría,
en lacrimosa ablución,
la imagen de la párvula sombría.  5

    Retrato para quien mi llanto mana
a la una de la mañana,
reflejando en su sal, que va sin brida,
la minúscula frente desmedida...

    Cejas, andamio  10
del alcázar del rostro, en las que ondula
—140→
mi tragedia mimosa, sin la bula
para un posible epitalamio...

    La niña del retrato
se puso seria, y se veló su frente,  15
y endureció los dos ojos profundos,
como una migajita de otros mundos
que caída en brumoso interinato,
toda la angustia sublunar presiente.

    Fiereza desvalida, hecha a mirar  20
el mar...

    Boca en bisel, como un espejo afable
que no hable...

    Medias de almo color, para que vaya
por la cernida arena de la playa...  25

    Las deleznables manos,
que cavan pozos enanos,
son carceleras de los océanos...

    Linda congoja de la frente linda,
la que inerme y tiránica se brinda  30
por modelo de copa y de coyunda
y de lira rotunda...

    Retrato de iniciales sinfonías:
tus cinco años son cinco bujías
a cuya luz el alma llora;  35
por eso a ti me abro
como a la honestidad versicolora
de un diminutivo candelabro.
—141→

    Los invisibles hombros, cual quimera
en que un genio marítimo retoza,  40
no columbran siquiera
la adoración venidera
que los ha de rozar, como se roza
el codo de una estricta compañera.

    Párvula del retrato;  45
seriedad prematura;
linda congoja de un juego nonato
que enfrente del fotógrafo se apura;
pelo de enigma, como los edenes
enigmáticos desde donde vienes;  50
víspera bella que cantas
en la Octava de mi más negra hora:
hoy hice un alto por mojar tus plantas
con sangre de mis ojos, y miré
que salías del óvalo de bruma,  55
como punto final que se incorpora
y como duende de relojería,
a dar en los relojes de mi fe
la campanada de la dicha suma.

    Niña, venusto manual:  60
yo te leía al borde de una estrella,
leyéndote mortífera y vital;
y absorto en el primor de la lectura
pisé el vacío...
Y voy en la centella
de una nihilista locura.  65

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ArribaAbajoIdolatría


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ArribaAbajo    La vida mágica se vive entera
en la mano viril que gesticula
al evocar el seno o la cadera,
como la mano de la Trinidad
teológicamente se atribula  5
si el Mundo parvo, que en tres dedos toma,
se le escapa cual un globo de goma.
    Idolatremos todo padecer,
gozando en la mirífica mujer.
    Idolatría  10
de la expansiva y rútila garganta,
—146→
esponjado liceo
en que una curva eterna se suplanta
y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo.
    Idolatría  15
de los dos pies lunares y solares
que lunáticos fingen el creciente
en la mezquita azul de los Omares,
y cuando van de oro son un baño
para la Tierra, y son preclaramente  20
los dos solsticios de un único año.
    Idolatría
de la grácil rodilla que soporta,
a través de los siglos de los siglos,
nuestra cabeza en la jornada corta.  25
    Idolatría
de las arcas, que son
y fueron y serán horcas caudinas
bajo las cuales rinde el corazón
su diadema de idólatras espinas.  30
    Idolatría
de los bustos eróticos y místicos
y los netos perfiles cabalísticos.
    Idolatría
de la bizarra y música cintura,  35
guirnalda que en abril se transfigura,
que sirve de medida
a los más filarmónicos afanes,
y que asedian los raucos gavilanes
de nuestra juventud embravecida.  40
    Idolatría
del peso femenino, cesta ufana
que levantamos entre los rosales
—147→
por encima de la primera cana,
en la columna de nuestros felices  45
brazos sacramentales.
    Que siempre nuestra noche y nuestro día
clamen: ¡Idolatría! ¡Idolatría!

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ArribaAbajoLa lágrima...

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ArribaAbajo    Encima
de la azucena esquinada
que orna la cadavérica almohada;
    encima
del soltero dolor empedernido  5
de yacer como imberbe congregante
mientras los gatos erizan el ruido
y forjan una patria espeluznante;
    encima
del apetito nunca satisfecho,  10
de la cal
que demacró las conciencias livianas,
—152→
y del desencanto profesional
con que saltan del lecho
las cortesanas;  15
    encima
de la ingenuidad casamentera
y del descalabro que nada espera;
    encima
de la huesa y del nido,  20
la lágrima salobre que he bebido.

    Lágrima de infinito
que eternizaste el amoroso rito;
lágrima en cuyos mares
goza mi áncora su náufrago baño  25
y esquilmo los vellones singulares
de un compungido rebaño;
lágrima en cuya gloria se refracta
el iris fiel de mi pasión exacta;
lágrima en que navegan sin pendones  30
los mástiles de las consternaciones;
lágrima con que quiso
mi gratitud, salar el Paraíso;
lágrima mía, en ti me encerraría,
debajo de un deleite sepulcral,  35
como un vigía
en su salobre y mórbido fanal.

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ArribaAbajoÁnima adoratriz


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ArribaAbajo    Mi virtud de sentir se acoge a la divisa
del barómetro lúbrico, que en su enagua violeta
los volubles matices de los climas sujeta
con una probidad instantánea y precisa.
    Mi única virtud es sentirme desollado  5
en el templo y la calle, en la alcoba y el prado.
    Orean mi bautismo, en alma y carne vivas,
las ráfagas eternas entre las fugitivas.
    Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno, la vejez con su báculo,  10
el grifo que vomita su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
—156→
    Todo lo que a mis ojos es limpio y es agudo
bebe de mis droláticas arterias el saludo.
    Mi ángel guardián y mi demonio estrafalario,  15
desgranando granadas fieles, siguen mi pista
en las vicisitudes de la bermeja lista
que marca, en tierra firme y en mar, mi itinerario.
    Como aquel que fue herido en la noche agorera
y denunció su paso goteando la acera,  20
yo puedo desandar mi camino rubí,
hasta el minuto y hasta la casa en que nací
místicamente armado contra la laica era.
    Dejo, sin testamento, su gota a cada clavo
teñido con la savia de mi ritual madera;  25
no recojo mi sangre, ni siquiera la lavo.
    Espiritual al prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a la clorosis virgen y azul de los Gonzagas
y a la cárdena quiebra del Marqués de Priola.  30
   ¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquimal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz: a la hora que elijas  35
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
    Mas será con el cálculo de una amena medida:
que se acaben a un tiempo el arrobo y la vida
y que del vino fausto no quedando en la mesa
ni la hez de una hez, se derrumbe en la huesa  40
el burlesco legado de una estéril pavesa.

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ArribaAbajoA las provincianas mártires

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ArribaAbajo    Me enluto por ti, Mireya,
y te rezo esta epopeya.

    Mis entrañables provincianas mías:
no sospeché alabar vuestro suicidio
en las facinerosas tropelías.  5
    Antes que sucumbir al bandolero
se amortizaron las sonoras alas
que aleteaban en el fiel alero.
    Cúspide del teatro pueblerino:
en un martirologio de palomas  10
tú las viste volar a su destino.
—160→
    El novio llorará a su mártir perla,
y que luego lo mate la nostalgia
de no haber acertado a defenderla.
    La amó porque tejía, y por su traza  15
de ángel custodio, cual la amó el gatito
juguetón con la bola de su hilaza.
    ¡Pobre novio aldeano! ¡Ya no teje
su perla, ya no lee el Oficio Parvo!
¡El cabriolé del novio va sin eje!  20

    Me enluto por ti, Mireya,
y te rezo esta epopeya.

    Honorable pajar de la cosecha
honorable: tu incendio es la basílica
en que se ahoga la virgen deshecha.  25
    ¡Morir al fuego, si olían tan bien
y tenían un alma como, el plúmbago
un guardarropa como un almacén!
    Gemirán las cocinas en que antes
las Mireyas criollas fueron una  30
bandeja de pozuelos humeantes.
    Gime también esta epopeya, escrita
a golpes de inocencia, cuando Herodes
a un niño de mi pueblo decapita.
    Santas de los terruños, cuerpos caros  35
y gratas almas: ved que me he hecho añicos
y azul celeste, y luz, para rezaros.

    Me enluto por ti, Mirerya,
y te rezo esta epopeya.

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ArribaAbajoLa última odalisca


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ArribaAbajo    Mi carne pesa, y se intimida
porque su peso fabuloso
es la cadena estremecida
de los cuerpos universales
que se han unido con mi vida.  5
    Ámbar, canela, harina y nube
que en mi carne al tejer sus mimos,
se eslabonan con el efluvio
que ata los náufragos racimos
sobre las crestas del Diluvio.  10
    Mi alma pesa, y se acongoja
porque su peso es el arcano
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sinsabor de haber conocido
la Cruz y la floresta roja
y el cuchillo del cirujano.  15
    Y aunque todo mi ser gravita
cual un orbe vaciado en plomo
que en la sombra paró su rueda,
estoy colgado en la infinita
agilidad del éter, como  20
de un hilo escuálido de seda.
    Gozo... Padezco... Y mi balanza
vuela rauda con el beleño
de las esencias del rosal:
soy un harén y un hospital  25
colgados juntos de un ensueño.
    Voluptuosa Melancolía:
en tu talle mórbido enrosca
el Placer su caligrafía
y la Muerte su garabato,  30
y en un clima de ala de mosca
la Lujuria toca a rebato.
    Mas luego las samaritanas,
que para mí estuvieron prestas
y por mí dejaron sus fiestas,  35
se irán de largo al ver mis canas,
y en su alborozo, rumbo a Sión,
buscarán el torrente endrino
de los cabellos de Absalón.
    ¡Lumbre divina, en cuyas lenguas  40
cada mañana me despierto:
un día, al entreabrir los ojos,
antes que muera estaré muerto!
    Cuando la última odalisca,
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ya descastado mi vergel,  45
se fugue en pos de nueva miel,
¿qué salmodia del pecho mío
será digna de suspirar
a través del harén vacío?
    Si las victorias opulentas  50
se han de volver impedimentas,
si la eficaz y viva rosa
queda superflua y estorbosa,
¡oh, Tierra ingrata, poseída
a toda hora de la vida:  55
en esa fecha de ese mal,
hazme humilde como un pelele
a cuya mecánica duele
ser solamente un hospital!

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ArribaAbajoEl candil


A Alejandro Quijano



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ArribaAbajo    En la cúspide radiante
que el metal de mi persona
dilucida y perfecciona,
y en que una mano celeste
y otra de tierra me fincan  5
sobre la sien la corona;
en la orgía matinal
en que me ahogo en azul
y soy como un esmeril
y central y esencial como el rosal;  10
en la gloria en que melifluo
soy activamente casto
—170→
porque lo vivo y lo inánime
se me ofrece gozoso como pasto;
en esta mística gula  15
en que mi nombre de pila
es una candente cábala
que todo lo engrandece y lo aniquila;
he descubierto mi símbolo
en el candil en forma de bajel  20
que cuelga de las cúpulas criollas
su cristal sabio y su plegaria fiel.
    ¡Oh candil, oh bajel, frente al altar
cumplimos, en dúo recóndito,
un solo mandamiento: venerar!  25
    Embarcación que iluminas
a las piscinas divinas:
en tu irisada presencia
mi humanidad se esponja y se anaranja,
porque en la muda eminencia  30
están anclados contigo
el vuelo de mis gaviotas
y el humo sollozante de mis flotas.
    ¡Oh candil, oh bajel: Dios ve tu pulso
y sabe que te anonadas  35
en las cúpulas sagradas
no por decrépito ni por insulso!
    Tu alta oración animas
con el genio de los climas.
    Tú conoces el espanto  40
de las islas de leprosos,
el domicilio polar
de los donjuanescos osos,
la magnética bahía
—171→
de los deliquios venéreos,  45
las garzas ecuatoriales
cual escrúpulos aéreos,
y por ello ante el Señor
paralizas tu experiencia
como el olor que da tu mejor flor.  50
    Paralelo a tu quimera,
cristalizo sin sofismas
las brasas de mi ígnea primavera,
enarbolo mi júbilo y mi mal
y suspendo mis llagas como prismas.  55
    Candil, que vas como yo
enfermo de lo absoluto,
y enfilas la experta proa
a un dorado archipiélago sin luto;
candil, hermético esquife:  60
mis sueños recalcitrantes
enmudecen cual un cero
en tu cristal marinero,
inmóviles, excelsos y adorantes.

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ArribaAbajoTodo...


A José D. Frías



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ArribaAbajo    Sonámbula y picante,
mi voz es la gemela
de la canela.
    Canela ultramontana
e islamita;  5
por ella mi experiencia
sigue de señorita.
    Criado con ella,
mi alma tornó la forma
de su botella.  10
    Si digo carne o espíritu,
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paréceme que el diablo
se ríe del vocablo;
mas nunca vaciló
mi fe si dije «yo».  15
    Yo, varón integral,
nutrido en el panal
de Mahoma
y en el que cuida Roma
en la Mesa Central.  20
    Uno es mi fruto:
vivir en el cogollo
de cada minuto.
    Que el milagro se haga,
dejándome aureola  25
o trayéndome llaga.
    No porto insignias
de masón
ni de Caballero
de Colón.  30
    A pesar del moralista
que la asedia
y sobre la comedia
que la traiciona,
es santa mi persona,  35
santa en el fuego lento
con que dora el altar
y en el remordimiento
del día que se me fue
sin oficiar.  40
    En mis andanzas callejeras
del jeroglífico nocturno,
cuando cada muchacha
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entorna sus maderas,
me deja atribulado  45
su enigma de no ser
ni carne ni pescado.
    Aunque toca al poeta
roerse los codos,
vivo la formidable  50
vida de todas y de todos;
en mí late un pontífice
que todo lo posee
todo lo bendice;
la dolorosa Naturaleza  55
sus tres reinos ampara
debajo de mi tiara;
y mi papal instinto
se conmueve
con la ignorancia de la nieve  60
y la sabiduría del jacinto.

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ArribaAbajoJerezanas...


A María Enriqueta



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ArribaAbajo    Jerezanas, paisanas,
institutrices de mi corazón,
buenas mujeres y buenas cristianas...
    Os retrató la señora que dijo:
«Cuando busque mi hijo  5
a su media naranja,
lo mandaré vendado hasta Jerez».
Porque jugando a la gallina ciega
con vosotras, el jugador
atrapa una alma linda y una púdica tez.  10
    Jerezanas,
os debo mis virtudes católicas y humanas,
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porque en el otro siglo, en vuestro hogar,
en los ceremoniosos estrados me eduqué,
velándome de amor, como las frentes  15
se velaban debajo del tupé.
    Acababan de irse
el polisón y la crinolina,
pero alcancé las caudalosas colas
que alargan el imán del ave femenina  20
de las cinturas hasta las consolas.
    Así se reveló, por las colas profusas,
mi cordial abundancia,
y también por los moños enormes que en mi infancia
trocaban a las plantas bizantinas  25
en rondel de palomas capuchinas.
    Jerezanas,
genio y figura
del tiempo en que los ávidos pimpollos
teníamos, de pie,  30
la misma clementísima estatura
que tenía, sentada, nuestra Fe.
    Jerezanas,
traslúcidas y beatas dentaduras
en que se filtra el sol, creando en cada boca  35
las atmósferas claroscuras
en que el Cielo y la Tierra se dan cita
y en que es visitada Bernardita.
    Jerezanas,
de quienes aprendí a ser generoso,  40
mirando que la mano anacoreta
era la propia que en la feria anual
aplaudía en el coso
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y apostaba columnas de metal
en el escándalo de la ruleta.  45
    Jerezanas,
grito y mueca de azoro
a las tres de la tarde, por el humor del toro
que en la sala se cuela bobeando, y está
como un inofensivo calavera  50
ante la señorita tumbada en el sofá.
    Jerezanas,
panes benditos,
por vosotras, el Miércoles de Ceniza, simula
el pueblo una gran frente llena de Jesusitos.  55
    Jerezanas,
abísmase mi ser
en las aguas de la misericordia
al evocar la máquina de coser
que al impulso de vuestra zapatilla,  60
sobre mi vocación y vuestros linos
enhebraba una bastilla.
Dios quiera que esté salvada
la máquina de acústicos galopes,
por la cual fue mi ayer melódica jornada  65
y un sobresalto mi vida
ante los pulcros dedos hacendosos
resbalando a la aguja empedernida.
    Jerezanas,
he visto el menoscabo  70
de los bucles que alabo,
de los undosos bucles
que enjugaron sin mofa mis pucheros,
de los bucles rielantes,
cabrilleo lunar, blanco de la llovizna  75
—184→
y trono de los lápices caseros;
he visto revolar la última brizna
de vuestras gracias proverbiales;
he visto deformada vuestra hermosura
por todas las dolencias y por todos los males;  80
he visto el manicomio en que murmura
vuestra cabeza rota sus delirios;
he visto que os ganáis
el pan con las agujas a la luz del quinqué;
he sido el centinela de vuestros cuatro cirios;  85
pero ninguna chanza del presente
logra desprestigiaros, porque sois el tupé,
los moños capuchinos y la gruta de Lourdes
de la boca indulgente.

    Jerezanas,  90
colibríes de tápalo y quitasol,
que vagabundas en la gloria matutina
paraban junto a mis rejas,
por espiar la joyante canción de mi madrina
rememorando a Serafín Bemol:  95
«Si soy la causa de lo que escucho,
amigo mío, lo siento mucho...».
    Jerezanas,
a cuyos rostros que nimbaba el denso
vapor estimulante de la sopa,  100
el comensal airado y desairado
disparaba el suspiro a quemarropa.
    Jerezanas,
que al cumplir con la ley
de la anual comunión, miráis a la primera  105
—185→
golondrina de marzo en la Casa del Rey
de los Reyes; la párvula golondrina que entró
a enseñaros su pecho de mamey.
    Jerezanas,
cuyo heroico destino  110
desemboca en la iglesia y lucha con el vino,
vistiendo santos
o desvistiendo ebrios, con la misma
caridad de los cantos
que os hinchan las arterias en el cuello.  115
    Jerezanas,
briosas cual el galope que me llenó de espantos
al veros devorar la llanura y el río
sobre el raudo señorío
del albardón de las abuelas;  120
erguidas como la araucaria,
y débiles como el futuro
de un huevecillo de canaria.
    Jerezanas:
cuando el sol vespertino amorate  125
vuestros vidrios, y os heléis
en el diario silencio del inútil combate,
tomad las fechas de mi vida
como hilas del pañuelo de un hermano
para curar vuestra herida  130
según la vieja usanza,
y para abrigar el nido
del pájaro consentido.
    Jerezanas:
yo aspiro a ser el casto reyezuelo  135
de los días en que os sentís
probadas por el Cielo.
—186→
    Marchitas, locas o muertas,
sois las ondas del manantial
que ondula arriba de lo temporal,  140
y en el eterno friso de mi alma
cada paisana mía se eslabona
como la letra de la Virgen:
encima de una nube y con una corona.

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ArribaAbajoTe honro en el espanto...


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ArribaAbajo    Ya que tu voz, como un muelle vapor, me baña,
y mis ojos, tributos a la eterna guadaña,
por ti osan mirar de frente el ataúd;
ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia,  5
antes que en la veleta llore el póstumo alud;
ya que por ti ha lanzado a la Muerte su reto
la cerviz animosa del ardido esqueleto
predestinado al hierro del fúnebre dogal;
te honro en el espanto de una perdida alcoba  10
de nigromante, en que tu yerta faz se arroba
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sobre una tibia, como sobre un cabezal;
y porque eres, Amada, la armoniosa elegida
de mi sangre, sintiendo que la convulsa vida
es un puente de abismo en que vamos tú y yo,  15
mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó.

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ArribaAbajoDisco de Newton


—193→
ArribaAbajo    Omnicromía de la tarde amena...
El alma, a la sordina,
y la luz, peregrina,
y la ventura, plena,
y la Vida, una hada  5
que por amar está desencajada.
    Firmamento plomizo.
En el ocaso, un rizo
de azafrán.
Un ángel que derrama su tintero.  10
La brisa, cual refrán
lastimero.
—194→
En el áureo deliquio del collado,
hálito verde, cual respiración
de dragón.  15
Y el valle fascinado
impulsa al ósculo a que se remonte
por los tragaluces del horizonte.
    Tiempo confidencial,
como el dedal  20
de las desahuciadas bordadoras
que enredan su monólogo fatal
en el ovillo de las huecas horas.
    Confidencia que fuiste
en la mano de ayer  25
veta de rosicler,
un alpiste
y un perfume de Orsay.
    Tarde, como un ensayo
de dicha, entre los pétalos de mayo;  30
tarde, disco de Newton, en que era
omnícroma la primavera
y la Vida una hada
en un pasivo amor desencajada...

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ArribaHumildemente...


A mi madre y a mis hermanas



—197→

Arriba    Cuando me sobrevenga
el cansancio del fin,
me iré, como la grulla
del refrán, a mi pueblo,
a arrodillarme entre  5
las rosas de la plaza,
los aros de los niños
y los flecos de seda de los tápalos.
    A arrodillarme en medio
de una banqueta herbosa,  10
cuando sacramentando
al reloj de la torre,
—198→
de redondel de luto
y manecillas de oro,
al hombre y a la bestia,  15
al azar que embriaga
y a los rayos del sol,
aparece en su estufa el Divinísimo.
    Abrazado a la luz
de la tarde que borda,  20
como al hilo de una
apostólica araña,
he de decir mi prez
humillada y humilde,
más que las herraduras  25
de las mansas acémilas
que conducen al Santo Sacramento.

    «Te conozco, Señor,
aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas  30
me quedo sordomudo,
paralítico y ciego,
por gozar tu balsámica presencia.
    »Tu carroza sonora
apaga repentina  35
el breve movimiento,
cual si fuesen las calles
una juguetería
que se quedó sin cuerda.
    »Mi prima, con la aguja  40
en alto, tras sus vidrios,
está inmóvil con un gesto de estatua.
    »El cartero aldeano
—199→
que trae nuevas del mundo,
se ha hincado en su valija.  45
    »El húmedo corpiño
de Genoveva, puesto
a secar, ya no baila
arriba del tejado.
    »La gallina y sus pollos  50
pintados de granizo
interrumpen su fábula.
    »La frente de don Blas
petrificose junto
a la hinchada baldosa  55
que agrietan las raíces de los fresnos.
    »Las naranjas cesaron
de crecer, y yo apenas
si palpito a tus ojos
para poder vivir este minuto.  60
    »Señor, mi temerario
corazón que buscaba
arrogantes quimeras,
se anonada y te grita
que yo soy tu juguete agradecido.  65
    »Porque me acompasaste
en el pecho un imán
de figura de trébol
y apasionada tinta de amapola.
    »Pero ese mismo imán  70
es humilde y oculto,
como el peine imantado
con que las señoritas
levantan alfileres
y electrizan su pelo en la penumbra.  75
—200→
    »Señor, este juguete
de corazón de imán,
te ama y te confiesa
con el íntimo ardor
de la raíz que empuja  80
y agrieta las baldosas seculares.
    »Todo está de rodillas
y en el polvo las frentes;
mi vida es la amapola
pasional, y su tallo  85
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas».