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Boletín (Asociación Española de Amigos del IBBY)

Año III, núm. 4, diciembre 1985

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ArribaAbajo ¿Por qué ilustro para niños?

Ulises Wensell


Cuando me preguntan si fue muy temprana mi vocación de ilustrador «infantil» no trato de corregir el calificativo, ni siquiera sonrío fingiéndome ofendido. Contesto que no. Que ni de pequeño ni de chaval soñé nunca en dedicarme a hacer dibujos «para niños». Eso sí, hacía dibujos para mí constantemente, porque me gustaba hacerlos casi tanto como me gustaba leer, escuchar la radio o jugar en la calle. Empecé muy pronto a manchar telas y cartones con pinturas al óleo, al lado de mi padre, que hacía copias de cuadros famosos, pero aquello no pasaba de ser un interesante pasatiempo. Lo que de verdad me atraía era la química. Crecí con la ilusión de llegar a ser químico industrial. Y al terminar el bachillerato, estudié química en una escuela técnica.

Mientras cursaba la carrera, seguí haciendo copias de museo y algún que otro cuadrito original, que luego vendía. Pero de verdad, aunque se me pasara alguna vez por la cabeza la idea de dedicarme a la pintura, nunca se me ocurrió la posibilidad de llegar a vivir del cuento (del cuento ilustrado). Era una persona muy seria entonces.

Fueron una serie de circunstancias, más que casuales providenciales, las que me dirigieron, sin seguridad, pero con destino, a hacer lo que ahora hago. Ya he contado en otras ocasiones cómo, ocupándome de un trabajo estudiantil eventual en la Cinemateca del Ministerio de Educación, donde conocieron mi facilidad para el dibujo y la pintura, me fue ofrecida la oportunidad de ilustrar unos cartones para diapositivas didácticas. Y cómo luego me ofrecieron un encargo editorial y después otro y otro... hasta que acabé dejando la química por los pinceles. No estoy en absoluto arrepentido. Después de todo, la labor de ilustrar tiene mucho que ver con los secretos goces de la alquimia y yo seguía haciendo aquello por lo que la química me atrajo desde chico: mezclar colores y experimentar. En eso estoy todavía y sigue siendo para mí una fuente inagotable de satisfacciones.

Pero diréis que contando todo esto sólo hago entender «cómo» llegué a ilustrar y no «por qué» ilustro para niños. A ver como os lo explico.

¿Me sitúo en la postmodernidad o en la obsolescencia (que tanto da) en el premodernismo o en el modernismo moderno (que tanto da) en la vanguardia, la retrovanguardia o la postvanguardia... y me lo pregunto? Entonces tengo que deciros qué es:

  • Porque no sé hacer mejor otra cosa.
  • Porque me siento tremendamente joven al hacerlo (ilustrando para niños no se envejece nunca por dentro).
  • Porque no me encuentro obligado a expresar mediante las imágenes los tormentos psicológicos personales que tanto gusta degustar a los adultos.
  • Porque soy como un niño.
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  • Porque disfruto con los libros ilustrados para niños por las mismas razones que los niños (la curiosidad, el descubrimiento, el puro regocijo) y por algunas otras, inevitablemente adultas, como las estéticas.
  • Porque me gustan los planteamientos elementales y sencillos que me permitan comunicar unas cuantas experiencias estéticas simples y fundamentales (la luminosidad de un verde, el brillo de un charco de agua, el reflejo de la luz en los objetos).
  • Porque tengo moral alta, mucha moral, como decimos en Madrid, y no desdeño ningún tema, texto o pie de letra para lanzarme a una creación libre pero no arbitraria, gozosa pero sensata, humorística cuando se puede y casi siempre animosa.
  • Porque me encanta descubrir en un niño o niña que contempla mis imágenes un guiño de sorprendida complicidad: aquél es «nuestro» mundo.
  • Porque me gusta expresar, de un modo comprensible para los pequeños, que hay belleza por todas partes y creo que el niño la descubre y le hace feliz descubrirla.

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Ilustr. de Ulises Wensell (Spatzen brauchen keinen Schirm, de Ursel Scheffler, Ravensburg, Otto Maier, 1984)

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  • Porque me despierta gran ternura lo que me rodea y quiero comunicarla.
  • Porque mis personajes se quieren o acaban queriéndose, se enfadan pero poco, y si se entristecen enseguida se alegran y me gustaría que la vida fuera como yo la ilustro.
  • Porque me compensa hacer un trabajo que sé que es apreciado y no hay público más agradecido y agradable que el infantil.
  • Porque sigue sorprendiéndome cada vez, al hojear algún libro que yo no he hecho, encontrar en sus páginas mis personajes y mis actitudes, mis elefantes o mis gatos, mis brillos de agua, mis ambientes y mis colores... ¡Qué cosas pasan!
  • Porque me emociona pensar que algo que he hecho en Madrid puede comunicar con niños y adultos de los que me separan más de veinte mil kilómetros y conectar con su sensibilidad. (Acabo de recibir el «Olw Price» que se otorga en Japón, por votación popular, a las ilustraciones más estimadas por el público visitante de la Muestra organizada por las compañías Shico-Sha y Maruzen).
  • Porque me gustaría haber sido Miguel Ángel pero no estoy tan descontento de ser yo.
  • Porque casi me sentí Miguel Ángel cuando me concedieron el Premio Nacional a la mejor labor de ilustración en su primera convocatoria. Después consideré como un elogio y respeté como un veto la «sugerencia» de que no me presentara más veces porque «no se lo iban a dar siempre a los mismos».
  • Porque no abandoné definitivamente los pinceles cuando recibí un mal golpe de moral por parte de cierta editorial española para la que había ilustrado muchos libros.
  • Porque pude abrirme a otras posibilidades y descubrir que en muchos países hay muchos niños y muchos adultos que disfrutan contemplando mis imágenes y aprecian lo que en ellas ven.
  • Además de todo eso... ¡Porque lamento no tener mucha presencia actual en las librerías españolas y espero estar muy pronto en ellas!

Abrazos a todos
(Frankfurt, 12 de octubre 1985)
Ulises Wensell

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Ilust. de Ulises Wensell (Don Blanquisucio, de Mª Luisa Seco, Valladolid, Miñón, 1978)



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